Prólogo

212 25 2
                                    

________________________________

Nota:
En esta historia, todos los personajes son ficticios y no se intenta imitar a ningún tipo de personaje religioso. Por lo tanto, todo comportamiento que tenga un personaje o apariencia no tendrá nada que ver con la religión o con lo que se nos ha enseñado a partir de la mitología.
________________________________

Como cada noche, volvía a mi casa después de las clases extraescolares. Procuraba ir siempre rápido para no encontrarme con ningún maleante. Pero sabía que algo malo pasaría una noche...

—Hola, guapa —me provocaba un chico. Pasé de él, solo seguía mi camino—. Te hablo a ti, bombón —insistió poniéndose delante con su pandilla de matones. Le di un rodeo de nuevo, siguiendo mi camino hasta que gritó cogiéndome del hombro.

—Te doy tres segundos para que me dejes en paz.

—Claro que te dejaré en paz, pero solo cuando vengas a mi lugar especial —dijo él acompañado de las risas de sus amiguitos.

—Uno...

—Vamos, te vas a divertir —se relamió los labios.

—..., dos...

—Muévete —lo intentó pero no podía.

—..., tres... —fin de cuenta atrás—. Te lo advertí —con tan solo un movimiento, lancé a ese asqueroso pervertido usando una llave. Éste al caer, me miró sorprendido. Los otros no tardaron mucho en hacer lo mismo acabando en el suelo igualmente. Resignados se levantaron dispuestos a marcharse.

—Ya te atraparé, puta.

«Vaya panda de gilipollas, si chuleáis por ahí al menos aseguraos de que sabéis pelear», pensé.
Al llegar a casa, tan solo pensaba en leer historias de terror, me relajaba un poco después de las clases de kárate. Y como siempre, estaba sola en casa. Vivía con mi tío Karl, él me cuidaba desde que era un bebé, ya que mis padres murieron en un accidente. Cuando volvía, tío Karl seguía trabajando y regresaba a las cinco de la mañana. Por lo tanto, yo me tenía que ir al instituto y hacía que nunca pudiese hablar con él. Ya no teníamos tanta confianza como antes. Ni siquiera en los fines de semana nos veíamos mucho, le gustaba hacer horas extra o estar relajado en su único tiempo de descanso, algo que entendía perfectamente. Sin embargo, casi siempre me solía preguntar por mis estudios, que si "¿Necesitas ayuda?" o "¿Cómo vas con la competición de kárate?" y le daba pequeñas respuestas.                                            

Un día me dio por cotillear su despacho, sé que no está bien, pero jamás había entrado allí. Encontré un libro muy extraño: "Ángeles caídos". Tras leerlo, pensé que la información era muy interesante. En ningún momento decía que formaban parte de la religión, sino que estaban siempre protegiéndonos. Que cuando alguien moría, era porque su ángel protector no había cumplido con su deber. «¿Para qué tendría tío Karl este libro aquí?».

Desde aquel momento creo en los ángeles de la guarda.

Ángel de la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora