Capítulo 5: La carta

73 20 0
                                    

—Eso fue en resumen lo que pasó —finalicé.

—Mm... Creo que me acuerdo un poco. Por aquel entonces no solías creer mucho en mí.

—Fue hace dos años y tres meses aproximadamente. Si quisiera te podría decir los días y horas... Pero sería deprimente.

—Lo siento.

—No importa, como te he dicho, creo que ya lo he superado...

—¿Crees o has superado?

—¿Qué más da?

—Sí que da. Podrías...

—He dicho que no importa. Ella no va a volver —dije con un tono tajante. ¡RIIIIIING!, hora del recreo acabada—. Perdona, yo... voy a clase.

—Sí, tranquila.

«Malditas clases inútiles de ciudadanía, el profesor es un moralista y no creo que ni esté de acuerdo con la mitad de lo que dice». No había casi ninguna asignatura que me gustara. Por lo menos era viernes. «Ahora a casa a comer, kárate y a casa de nuevo».

—Hogar dulce hogar —puse la mochila en una silla, dejándola caer. Miré la nota del frigorífico que tío Karl siempre dejaba para decirme lo que había de comer—. Hoy toca estofado, sácate y come lo que quieras.

—Gracias.

Después de almorzar, me encerré en mi habitación y me puse música, tumbada en la cama. Cerré los ojos para evadirme de la realidad, imaginando un mundo donde todo es feliz. Me había pasado de borde, me sentía mal, pero es que tras haber contado todo no paraba de pensar en la buenísima amistad que tenía con Vicky.

—¿Por... é... o la ees? —alguien habló.

—¿Eh? —abrí los ojos, era él.

—¿Por... é o la ees? —repitió y reaccioné quitándome los cascos—. Digo, ¿que por qué no la lees? —tenía la carta de Vicky justo delante de mis ojos.

—¿De dónde la has sacado? —cogí la carta y me levanté.

—Vi dónde la guardaste.

—¿Cómo la has cogido sin que te escuchara?

—Eh... Tenías la música súper alta.

—¡Por Dios!

—¿Sabes que no le hablas a él porque no existe, no? —dijo con tono guasón pero le ignoré.

—Mejor lo pongo donde estaba —intenté coger la caja que había arriba del armario, donde guardaba la carta. No veía mi silla para poder subirme así que me estiré tal cual—. Ngah... —no lograba llegar. Di un salto y me agarré a la parte de arriba del armario, cuando iba a coger la caja, Marth me agarró de las piernas—. ¿Qué haces? Suéltame.

—No lo haré —«¿Y estas confianzas?».

—En serio, suéltame.

—No.

—¡¿Pero por qué no me sueltas?! —empecé a ponerme de los nervios.

—Lee la carta.

—¡No!

—Lee... la carta —dijo más alto pero sin convertir su tono en algo agresivo.

—¡Ni hablar! ¡¿Quieres soltarme ya?!

—¿De verdad quieres que te suelte ahora? —elevó mis piernas haciendo que estuvieran a más de un metro de alto.

—¡Oye! ¡¿No se supone que al ser mi ángel de la guarda no me puedes herir?! —me agarré con fuerza a la parte de arriba.

Ángel de la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora