Las relaciones de Alexey Alejandrovich con su mujer eran, en apariencia, las mismas de antes. La única diferencia consistía en que él estaba ahora más ocupado que nunca.
Como en años anteriores, al llegar la primavera Karenin fue al extranjero para una cura de aguas, a fin de fortalecer su salud, agotada por el exceso de trabajo del invierno.
Volvió en julio, según acostumbraba, y se entregó con redobladas energías a su labor habitual. Y también como siempre, su esposa fue a la casa de veraneo, mientras él quedaba en San Petersburgo.
Después de la conversación sostenida al regreso de la velada en casa de la princesa Tverskaya, Karenin no habló de sus sospechas y celos; pero el tono ligeramente burlón habitual en él y con el cual parecía remedar a alguien le resultaba ahora muy cómodo para sus relaciones con su mujer. Se mostraba más frío y parecía que estuviera algo descontento a causa de aquella primera conversación nocturna que ella no quiso continuar. En su trato con ella apenas exteriorizaba un leve signo de descontento.
«No quisiste explicarte conmigo... Bien: peor para ti... Ahora serás tú quien pida la explicación y yo me negaré a ella... Sí: peor para ti.»
Así parecía hablar consigo mismo, al modo de un hombre que, esforzándose en vano en apagar un incendio, se irritara contra su propia impotencia y dijese: « ¡Ahora vas a quemarte, en justo castigo!» .
Karenin, hombre inteligente y experto en los asuntos ofciales, no comprendía, sin embargo, el error de tratar así a su mujer. Y no lo comprendía porque era demasiado terrible, porque para él era insoportable intuir la realidad de su presente situación.
Había, pues, cerrado aquel secreto cajón de su alma en el que guardaba sus sentimientos hacia su familia, es decir, hacia su mujer y su hijo.
Aunque padre cariñoso, desde fines de aquel invierno estaba muy frío con su hijo, y le trataba del mismo modo irónico que a su mujer.
-¡Eh, muchacho! -solía decir para dirigirse al pequeño.
Alexey Alejandrovich, al reflexionar, se decía que ningún año había tenido tanto trabajo como aquel en su oficina, sin reparar en que él mismo inventaba el trabajo para no abrir el cajón en que guardaba los sentimientos hacia su mujer y su hijo, tanto menos naturales cuanto más tiempo los guardaba encerrados en él.
Si alguien se hubiera atrevido a preguntarle lo que pensaba por entonces sobre la conducta de su esposa, el sereno y reposado Alexey Alejandrovich no habría contestado nada, pero se habría incomodado con el que le hubiese dirigido semejante pregunta.
De aquí la altiva y seca expresión de su rostro cuando le interrogaban sobre la salud de su mujer, Alexey Alejandrovich deseaba no pensar en los sentimientos y la conducta de Ana, y lo lograba, en efecto.
La casa veraniega de los Karenin estaba en Peterhof. Generalmente, la condesa Lidia Ivanovna pasaba también el verano allí, vecina a Ana y en continuo trato con ella.
Pero aquel año la Condesa no quiso vivir en Peterhof, no visitó a Ana ni una vez a hizo entender a Alexey Alejandrovich que consideraba inconveniente la amistad de Ana con Betsy y Vronsky.
Alexey Alejandrovich la interrumpió severamente, diciéndole que Ana estaba por encima de todas las sospechas, y desde entonces evitó todo trato con Lidia Ivanovna.
Se empeñaba en no ver, y por tanto no lo veía, que muchas personas de la alta sociedad miraban con cierta prevención a su mujer. Tampoco quería comprender ni comprendía por qué Ana se obstinaba en ir a vivir a Tsarskoie Selo, donde residía Betsy, cerca del campamento de la unidad de Vronsky.