Daria Alejandrovna realizó su propósito de ir a visitar a Ana. Comprendía que los Levin tenían razones bien fundadas para no desear relacionarse para nada con Vrosky y estaba segura de que su viaje afligiría a su hermana y causaría un disgusto a su cuñado; pero, por otra parte, consideraba un deber suyo visitar a Ana y deseaba demostrarle que, a pesar del cambio en su situación, sus sentimientos para con ella no habían variado.
Para no causar a Levin nuevas molestias, Daria Alejandrovna mandó alquilar en el pueblo los caballos necesarios. Pero, su cuñado, al enterarse de ello, se sintió disgustado y se lo censuró vivamente.
–¿Por qué piensas que ha de desagradarme tu viaje? No me has dicho ni una vez que querías ir. Además, si me resultara desagradable, más me resultaría aún si no aprovechas mis caballos. El que los alquiles en el pueblo es un motivo de disgusto para mí. Pero, hay otra cosa peor, y es que se comprometerán y no cumplirán su palabra. Tengo, como sabes, caballos suficientes y buenos, y coches; si no quieres ofenderme: tómalos para tu viaje.
Daria Alejandrovna hubo de aceptar el ofrecimiento de su cuñado y éste, el día fijado preparó para el viaje cuatro caballos, y con un acompañamiento de trabajadores de la finca que iban a pie y en caballerías, salieron para aquel destino.
Constituía un gran trastorno para Levin, pues necesitaba los caballos para la Princesa y la comadrona, que habían de marcharse entonces también; mas el deber de hospitalidad le impedía permitir que Daria Alejandrovna recurriese a otras gentes. Sabía, además, que los veinte rublos que pedían a su cuñada por los caballos constituían para ella una pesada carga, dada su difícil situación económica.
La comitiva era muy abigarrada y nada brillante, pero Daria llegaría así con seguridad absoluta, fácilmente y dentro del mismo día, a la propiedad de Vronsky.
Por consejo de Levin, Daria Alejandrovna salió antes del amanecer. El camino era bueno y el coche cómodo; los caballos corrían ágiles; y en la delantera, junto al cochero, en el lugar del lacayo, iba el encargado que, en vez de aquél, había destacado Levin, para mayor seguridad. Dolly se durmió y no despertó hasta la posada en la que habían de cambiar de tiro.
Daria Alejandrovna tomó el té en la misma casa de Sviajsky donde Levin se detenía durante sus viajes.
Charló con las mujeres, los niños y el viejo sobre el conde Vronsky, de quien el viejo hizo grandes elogios.
A las diez de la mañana continuó su viaje.
Cuando estaba en casa, ocupada constantemente en los quehaceres que le daban los niños, Daria Alejandrovna no tenía tiempo para pensar en ninguna otra cosa; pero ahora, durante las cuatro horas que duró esta parte del viaje, acudieron a su mente todos los recuerdos de su vida y los fue repasando en sus aspectos más diversos. Sus pensamientos –que a ella misma le parecían extraños– volaron también hacia los niños. La Princesa y Kitty (más conîiaba en la última) le habían prometido cuidarles. Sin embargo, estaba preocupada por ellos. «Quizá», temía, « Macha empezaría con sus travesuras. Acaso un caballo pisara a Gricha, o Lilly padeciese otra indigestión» . Luego pensó en el futuro. Primero, en el inmediato. «En Moscú, para este invierno, habría que mudarse de piso. Habremos de cambiar los muebles del salón, y hacer un abrigo a la hija mayor.» Después, el porvenir de sus hijos: «Las niñas, menos mal, no ofrecen tantas complicaciones; pero, ¡los niños!» . Y se dijo: « Está bien que me ocupe de Gricha ahora porque estoy más libre y no he de tener ningún hijo. Con Stiva, naturalmente, no hay que contar. Siguiendo así y con ayuda de la buena gente, sacaré adelante a mis hijos. Pero si vuelvo a estar embarazada...» .Y Dolly reflexionó que era muy injusto considerar los dolores del parto como señal de la maldición que pesa sobre la mujer. «¡Es tan poca cosa en comparación con lo que cuesta el criarlos!» , se dijo, recordando la última prueba por la que había pasado en este aspecto y la muerte de su último niño. Y le vino a la memoria la conversación que, a propósito de esto, había tenido con la nuera de la casa donde habían cambiado los caballos. Aquélla, a la pregunta de Dolly de si tenía niños, contestó alegremente: