XVIII

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Ana miraba el rostro de Dolly, delgado, con huellas de cansancio y polvo del camino en las arrugas. Iba a decir lo que estaba pensando (que Dolly había adelgazado mucho), pero recordó que ella estaba mucho más guapa que antes (la misma mirada admirativa de su cuñada se lo había advertido), suspiró, y en vez de ello, se puso a hablar de sí misma.

–Me miras –dijo– y piensas si puedo ser feliz en mi situación. Pues bien: da vergüenza confesarlo, pero, sí, soy feliz, imperdonablemente feliz. Me ha sucedido una cosa maravillosa; algo así como despertar de un sueño espantoso y darme cuenta de que todo aquello que me aterraba era cosa de un sueño. Yo he despertado de mi pesadilla. Pasé por momentos dolorosos, aterradores, pero ahora, sobre todo, desde que estamos aquí, ¡soy tan feliz!

Y, sonriendo tímidamente, dirigió sus ojos al rostro de Daria Alejandrovna, con mirada interrogadora.

–Estoy muy contenta –contestó Dolly, sonriendo, aunque con poco entusiasmo–. Estoy muy contenta, sí, por ti. ¿Por qué no me has escrito?

–¿Por qué? Porque no me atrevía a hacerlo. Te olvidas de mi situación.

–¿Conmigo no te atreviste? Si hubieses sabido como yo... Considero que...

Daria Alejandrovna quiso contarle sus pensamientos de aquella mañana, pero sin saber por qué, en aquel momento le parecieron fuera de lugar.

–Bueno, de esto ya hablaremos luego –eludió–. ¿Y qué son estas construcciones? –preguntó en seguida para cambiar de conversación y señalando a los techos, rojos y verdes, que se veían entre las acacias y las lilas–. Parece una pequeña ciudad.

Pero Ana no le contestó.

–No, no, dime cómo consideras mi situación. ¿Qué piensas de ello?

–Pienso que... –empezó a decir Dolly.

En este momento, Vaseñka Veselovsky, enseñando al caballo a galopar con las patas extendidas, pasó ante ellas.

–Va bien, Ana Arkadievna –gritó.

Ana ni lo miró siquiera, para volver a la conversación interrumpida.

Pero Daria Alejandrovna pensó de nuevo que era poco conveniente una larga conversación sobre aquello en el coche y expresó su pensamiento en pocas palabras.

–No considero nada –dijo–. Siempre te he querido, y cuando se ama a una persona se la ama tal como es, aunque no sea como uno quisiera que fuese.

Ana separó su mirada de Daria Alejandrovna y, con el ceño fruncido (su nueva costumbre, que Dolly no conocía aún) quedó pensativa, queriendo descifrar el significado de aquellas palabras.

Al cabo de un rato, habiendo comprendido lo que Daria Alejandrovna había querido decir, volvió a mirarla y, lentamente y con firmeza, le dijo:

–Si tuvieses pecados, te serían perdonados por haber venido aquí y por estas palabras.

Dolly vio que brotaban abundantes lágrimas de los ojos de Ana y le estrechó la mano en silencio.

–¿Pero qué son estas construcciones? –insistió para cortar aquella situación–. ¡Cuántas hay!

–Son las casas de los empleados –explicó Ana–, la fábrica, las cuadras. Aquí empieza el paseo. Todo estaba abandonado y Alexey lo arregló. Tiene mucho cariño a esta hacienda y –lo que no esperaba de él en modo alguno– se interesa en gran manera por los trabajos. Desde luego, tiene una inteligencia privilegiada y una gran voluntad. Todo lo que emprende lo hace admirablemente. Y, no sólo no se aburre, sino que trabaja con pasión. Se ha convertido en un amo ordenado, económico y hasta avaro con las cosas de la propiedad. Sólo en esto, ¿eh?

Ana KareninaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora