Levin llevaba casado más de dos meses. Era feliz, pero no tan completamente como había esperado. A cada momento le salía al paso una decepción de sus antiguas ilusiones, o bien encontraba en otro un encanto inesperado.
Aunque dichoso, veía, al hacer vida familiar, que ésta era muy diferente de lo que él había creído.
Experimentaba lo que un hombre que, admirando primero los suaves movimientos de una barca en un lago, entrara luego él mismo en la embarcación.
Veía que había poco tiempo para estar inmóvil sobre las aguas, que había que pensar, sin olvidarlo ni un momento, en el rumbo, que no podía tampoco echar en olvido que debajo había agua, que era preciso remar y que las manos, no acostumbradas, sentían dolor, y, en fin, que lo que es muy fácil de ver, resulta difícil de hacer aunque sea agradable.
De soltero, ante la vida conyugal de los otros, con sus pequeñas miserias, sus disputas y celos, Levin selimitaba a sonreír con ironía desde el fondo de su alma. Pensaba que en su futura vida de casado no sólo novpodría haber nada parecido, sino que incluso creía que sus formas exteriores habían de ser en todo distintas a las de los demás.
Y de pronto, en vez de esto, resultaba que su vida de casado no sólo no se organizaba de un modo peculiar, sino que se componía precisamente de aquellas mismas pequeñeces que tanto despreciara antes, y que ahora, contra su deseo adquirían una importancia extraordinaria. Ahora veía que su solución no era empresa tan fácil como antes le había parecido. Aunque pensaba conocer muy bien la vida familiar, él, como todos los hombres, no la imaginaba sino como un goce del amor no obstaculizado por nada y del que debían apartarse todas las pequeñas preocupaciones.
Según él, una vez hecho su trabajo, debía descansar en la dicha del amor. Kitty debía ser amada y nada más. Pero Levin olvidaba, como todos los hombres, que ella también tenía que trabajar. Y le sorprendía que aquella gentil y poética Kitty pudiera, no ya en las primeras semanas, sino en los primeros días de su vida conyugal, pensar, acordarse y preocuparse de manteles, muebles, colchones para los huéspedes, bandejas, comidas, etc.
Ya de novios le había impresionado la firmeza con que Kitty se había negado a hacer el viaje al extranjero, prefiriendo ir al campo, como si pensara ya en algo que era preciso hacer, y pudiese, aparte del amor, pensar en otras cosas.
Esto le ofendió entonces y ahora le ofendía: su preocupación por detalles materiales a los que él no daba ninguna importancia. Y Levin, que la amaba, aunque burlándose de su esposa por todo ello, no podía dejar de admirarla.
Sonreía al verla colocar muebles llevados de Moscú, arreglar de un modo personal y nuevo su habitación común, colgar las cortinas, ordenar las habitaciones destinadas en el futuro a los invitados y a Dolly, aderezar el cuarto de su nueva doncella, encargar la comida al viejo cocinero, discutir con Agafia Mijailovna retirándole la custodia de las provisiones.
Observaba cómo el viejo cocinero sonreía admirado, cómo Agafia Mijailovna movía la cabeza, cariñosa y pensativa ante las nuevas disposiciones de la joven señora referentes a la despensa, y encontraba gentilísima a Kitty cuando, entre risas y lágrimas, decía que la doncella Macha, acostumbrada a considerarla corno una señorita, no la obedecía.
Levin sonreía entre divertido y extrañado, pero, a pesar de todo, le parecía que habría sido mejor que su joven esposa no se ocupara de aquellas cosas.
No comprendía Levin lo que representaba para ella, el cambio que se había producido en su vida, el hecho de que antes, cuando estaba en su casa, si quería col con Kwass o bien bombones no podía conseguir a veces ni una cosa ni otra; y que ahora le fuese posible encargar todo lo que quería, comprar montañas de bombones, gastar cuanto se le antojaba, comer coles con Kwass o bombones a su gusto y hacer traer los dulces que le gustasen.