–Aquí tiene, Princesa, a Dolly, a la que tanto quería usted ver –dijo Ana, saliendo, junto con Daria Alejandrovna, a la gran terraza de piedra donde, sentada ante el bastidor, bordando un antimacasar para el conde Alexey Kirilovich, estaba la princesa Bárbara.
–Dice –añadió Ana– que no quiere tomar nada antes de la comida, pero usted ordenará que sirvan el desayuno. Mientras, yo voy a buscar a Alexey y les traeré a todos aquí.
La princesa Bárbara acogió a Dolly cariñosamente y, con tono algo protector, se puso a explicarle en seguida que vivía en la casa de Ana porque ésta la amaba, de siempre, más que a su hermana, Katerina Paulovna, que la había educado. Ahora, cuando todos habían abandonado a Ana, ella había considerado un deber ayudarla en este período transitorio, el más penoso de su vida.
–Cuando se ultime el divorcio, volveré de nuevo a mi sociedad, pero ahora, mientras pueda ser útil, cumpliré mi obligación por más penoso que pueda ser, y no haré como hacen los demás. ¡Y qué buena eres! ¡Qué bien has hecho viniendo! Ellos viven como los mejores esposos. Dios los juzgará. No vamos a juzgarlos nosotros. ¿Y Birinsovsky con Aveneva? ¿Y el mismo Nicandrov? ¿Y Vasiliev y Mamonova? ¿Y Lisa Neptunova? De ellos nadie dijo nada y todos les recibían. Y, además, c'est un interieur si joli, si comme il faut. Tout à fait à l'anglaise. On se réunit au matin au breakfast, et puis on se sépare. Todos hacen lo que quieren hasta la cena. La cena es a las siete. Stiva ha hecho bien en dejarte venir. Es preciso que mantenga relaciones con ellos. ¿Sabes? Por medio de su madre y hermano, puede hacer mucho. Además, ellos hacen muy buenas obras. ¿No te han hablado de su hospital? Será admirable. Todo viene de París.
La conversación fue interrumpida por Ana, que encontró a los hombres de la casa en la sala de billar y ahora volvía con ellos. Hasta la comida aún faltaban dos horas, y se dedicaron a buscar un medio de pasar aquel tiempo. El día era hermoso y en Vosdvijenskoe había muchos modos de distraerse, todos distintos de los que estaban en use en Pokrovskoe.
–¿Una partida de tenis? –propuso, con su bella sonrisa, Veselovsky–. Nosotros dos jugaremos de compañeros, Ana Arkadievna.
–No. Hace calor. Sería mejor pasear por el jardín o dar un paseo en la barca para enseñar las orillas a Daria Alejandrovna –indicó Vronsky.
–Estoy conforme con todo –aprobó Sviajsky.
–Pienso que para Dolly lo más agradable sería pasear por el jardín, ¿no es verdad? Luego ya iremos en la barca –––dijo Ana.
Se decidieron por esto último.
Veselovsky y Tuchkevich se dirigieron a la caseta de baños, prometiendo preparar la barca y esperarles allí.
En parejas –Ana con Sviajsky y Dolly con Vronsky– pasearon por la avenida del jardín.
Dolly estaba algo cohibida y preocupada por aquel ambiente completamente nuevo para ella. El principio, teóricamente, no ya justificaba sino que hasta aprobaba lo hecho por Ana. Como sucede a menudo a las mujeres, aun a las completamente honradas y a las más virtuosas, cansadas de la vida normal, Dolly, no solamente perdonaba el amor culpable sino que hasta lo envidiaba. Pero, en realidad, en aquel medio que le era extraño, entre aquella refinada elegancia, desconocida para ella, Daria Alejandrovna se sentía a disgusto. Sobre todo le era desagradable ver a la princesa Bárbara, que lo perdonaba todo con tal de disfrutar de las comodidades de que gozaba.
En general, Dolly aprobaba, como decimos, lo hecho por Ana, pero ver al hombre que había sido la causa de todo le producía un sentimiento de malestar.
Además, Vronsky nunca le había gustado. Le consideraba un orgulloso que no tenía nada de qué enorgullecerse como no fuera su capital. Pero, contra su voluntad, aquí, en su propia casa, se imponía aún más que antes a ella, y Dolly se sentía a su lado cohibida, privada de libertad.