Capitulo 2

156 12 5
                                    


El elegante carruaje negro se abría pasó por un enorme puente blanco de rocas parecidas al mármol. En los costados centenares de estatuas en forma de guerreros con armaduras doradas le daban la bienvenida. Este era el único punto de acceso por tierra a la isla Celestian. En el centro de ella, como una gema preciada se erguía la ciudad de Daynnion. Capital de la religión más poderosa del continente de Terra Ángelus. El vehículo atravesó el largo puente halado por dos enormes ciervos con pelaje verde claro y orejas largas. En su interior dos personas contemplaban la metrópolis al aproximarse a la enorme entrada principal. Uno de ellos era el Cardenal Máximas Degarius, integrante del consejo de la Orden CelesGard. Este hombre de considerable edad, de cabellos blancos con barba observaba su hogar con una dulce sonrisa.

—Al fin en casa—dijo Máximas mirando por la ventanilla.

Luego de varios días viajando, habían llegado a la cuna de su religión y centro del poderío económico de la región. Su joven acompañante, de una complexión esbelta miraba maravillada esta hermosa ciudad. Sus ojos verdes con una línea de un tono azul claro que circulaba sus pupilas trataban de captar lo majestuosa de la capital.

—Es más hermosa de lo que imaginaba—reconoció ella.

El carruaje llego al centro de la ciudad y continúo por la vía principal entrando con lentitud en la enorme plaza del Elegido. Llamada así en honor al fundador de la Orden. Una enorme estatua de bronce y oro en su honor se erguía orgullosa en el centro de ella. En su trayecto el vehículo evadía hábilmente a los centenares de personas que inundaban las calles. Estos peregrinos viajaban de distintas regiones del continente en busca de la paz espiritual que les ofrecía esta ciudad.

—Que el gran Elysion-Rad bendiga sus vidas—declaró Máximas al verlos pasar.

En ese momento Jennifer pudo ver ante ella la imponente Catedral Ancestral. La estructura daba la impresión de haber sido esculpida de una gigantesca pieza de cristal de tono azul claro, que liberaba un leve brillo cuando recibía los rayos del sol. A su alrededor decenas de elegantes edificios ampliaban la sensación de majestuosidad.

—La gran catedral—mencionó emocionada Jennifer.

—Bienvenida a la cuna de nuestra Orden hermana—comentó el cardenal Maximas.

—Es la primera vez que la veo en persona, es hermosa.

—Si que lo es, pero debes recordar que el verdadero poder de la Orden, no yace en este templo o en algún otro edificio, reside en los corazones de sus fieles.

El carruaje se detuvo delante de la entrada de la catedral. Un hombre de túnicas claras se acerco y al abrir la puerta del coche hizo una reverencia. El cardenal tomo su inseparable bastón estirando su cansado cuerpo por primera vez en horas. La joven de larga melena rubia y vestimenta negra con diseños azules claros descendió fascinada por el templo. El tamaño de esta construcción, que sobrepasa con facilidad los seiscientos pies de altura la dejaban sin palabras.

—Vamos hermana, están esperando por nosotros —apuntó Maximas.

Escoltados por el hombre caminaron hacia la entrada de la catedral. Subieron por las escalinatas hasta llegar a la enorme puerta principal. Esta era custodiada por media docena de hombres con armadura plateadas. Al verlos, los soldados cruzaron sus espadas negándoles el paso.

—Dejen pasar al cardenal Maximas—ordenó el hombre que los acompañaba.

De inmediato los soldados recogieron sus armas y bajaron sus rostros en total respeto. Se colocaron de lado y uno de ellos hizo una señal para que la entrada fuera abierta. La enorme puerta se dividió en dos, abriéndose hacia adentro mientras que los soldados le hacían reverencia al anciano. Al llegar al vestíbulo principal fueron recibidos por un hombre de túnicas blancas. Con un gesto de respeto el otro sujeto se retiro hacia el interior del templo.

Las Reliquias Del Antiguo: El Resurgir De Los CaídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora