Capitulo 36

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Dos días habían pasado y el cardenal Máximas se encontraba en su recamara aun asimilando todo lo ocurrido en la reunión con su Eminencia. Con la asistencia de su fiel y ya gastado bastón, se sentó en su escritorio girando levemente una figurilla de un ángel. Se reclinó en su asiento sacando de uno de sus bolsillos un pañuelo blanco. Se limpio la cascada de sudor, producto de ascenso por varios pisos en ese caluroso medio día.

—Gran creador, o me estoy poniendo viejo o esta es una inusual calor para esta época—se dijo Maximas recostándose en la silla.

El sonido de alguien tocando a su puerta llamó la atención en ese momento del cansado hombre. Solo le había tomado segundos a la madre Sofía enterrarse del regreso del cardenal y como era ya su costumbre deseaba saber si se le ofrecía algo. Maximas le sonrío al verla entrar con una jarra de su jugo favorito. Rápidamente la religiosa le sirvió un vaso del líquido el cual Maximas agradeció con otra sonrisa.

—No creo que exista alguien que me conozca mejor que tu Sofía—admitió Máximas saboreando el jugo.

—Es de esperarse mi buen cardenal, son muchos los años que he estado a sus servicios—respondió ella con su propia sonrisa—. Además ha sido una mañana muy calurosa. No debió irse a caminar por la ciudad.

—El día que no pueda hacerlo será un de gran tristeza para mi.

—Bueno, lo mismo digo del día que ya no pueda servirle.

—¿Y nunca se ha arrepentido?

—¿De qué?

—De servirme, haz dejado todo por hacerlo.

—Jamás podría arrepentirme de servir a una persona tan digna como usted. Ha sido un gran honor hacerlo.

—A veces dudo de ser digno de mi posición. En especial en estos días.

—Ha estado así desde la reunión. ¿Tuvo algún problema con su Eminencia?

—No, al contrario, pero discúlpeme que no pueda comentárselo por el momento.

—Lo entiendo su señoría, pues ya que ha tenido unos momentos fuertes, iré a traerle algo para que se alimente, no me tardare nada y espero que me complazca con terminar los alimentos en esta ocasión.

Maximas solo pudo sonreír mientras que Sofía salía de la recamara en busca de los alimentos para él. El cardenal terminó su jugo y se recostó en la silla sintiéndose con mayor tranquilidad. Tomó su medallón tocándolo con suavidad mientras que no sabía aún que pensar de la decisión de su Eminencia. Temía muy adentro de su ser no ser capaz de ejecutar tan importante tarea.

—Gran Elysion-Rad guíame, te lo pido.

Transcurrieron unos minutos para que un dulce aroma a flores muy sutil interrumpiera al pensativo hombre. El cardenal se incorporó tratando de detectar la procedencia de ese aroma. Logro divisar una figura femenina acercarse a el como si hubiera salido de la nada. Máximas observó sorprendido mientras que esta hermosa mujer de ropas provocativas ajustadas y piel de tono rojo claro movía su larga cabellera blanca.

—Por favor cardenal, no se levante—dijo Aisha-Aidin.

—Es usted—reaccionó Máximas al reconocer a esa atractiva mujer—¿Qué hace aquí?

La mujer sonrío y moviendo su cola de lado a lado le hizo reverencia al cardenal. Máximas se sintió sorprendió e inquieto por su presencia. Conocía a la visitante, pero no esperaba o deseaba volverla a ver. Y el hecho que estuviera en su recámara durante el día y al parecer sin que nadie supiera de su llegada le angustiaba aun más. Al notar su inquietud Aisha-Aidin le lanzo una guiñada y sonriéndole lo observo directo a los ojos.

—Se ve bien Máximas—comentó ella.

—Han pasado treinta años desde que la vi por última vez—dijo Máximas—. Los años ya son visibles en mí, en cambio usted sigue viéndose hermosa.

—Como siempre tan caballeroso cardenal. Pero he venido a cerciorarme de que lo que comenzamos hace años siga en pie.

—Puede estar segura que así es y será. Aunque para ser honesto, no esperaba volver a verla más.

—Esa es la razón por la cual acudí a usted, su honor, su honradez.

Acariciándose el cabello con sus manos hacia atrás se acercó al hombre sonriéndole de una forma coqueta. Colocando sus labios cerca de los oídos de Máximas le permitió percibir su exquisito perfume.

—El momento se acerca, ¿Aún se encuentra segura? —dijo ella con suavidad.

—Así es, tiene mi palabra—respondió Máximas.

—Excelente, no podemos permitir que caiga en manos equivocadas. No en estos momentos que se corre un gran riesgo.

—¿La situación es peor de lo que conozco, no es cierto?—preguntó él.

—No pierda su fe cardenal, todo saldrá como debe ser, sin importar los enemigos que estén en contra de sus deseos.

—Nunca perderé mi fe, es solo que deseo ser lo más útil que pueda y tener la información precisa sería de gran ayuda.

Sorprendiendolo Aisha-Aidin le obsequio un suave y prolongado beso en la mejilla. Le acarició el rostro con sus suaves manos y sonriente realizó una reverencia comenzando a caminar en la dirección por la cual había aparecido. Maximas se toco el rostro y dirigió su atención hacia la visitante.

—¿Puedo preguntarle algo más por favor?—pidió Máximas.

—Claro que si amor, que desea saber—respondió ella.

—¿Conoce algo sobre ellos? ¿Se encuentran bien?

—Por el momento han sobrevivido, pero recuerde que el camino por el que viajan será uno rodeado de pena y sufrimiento.

—Al menos permítame saber su ubicación para enviarles ayuda.

—No hay mucho que usted pueda hacer por ellos en este momento—advirtió ella desvaneciéndose de la misma manera en la que apareció.

El cardenal bajo su mirada mientras que comenzaba a sentir una enorme y creciente preocupación en su corazón. En silencio, este fiel creyente de su fe lanzo una plegaria mientras que apretaba con fuerza su medallón. Pero al sentir que la puerta de su recamara se habría se detuvo. Por ella entró la madre Sofía con los alimentos que había prometido.

—Muy bien cardenal, hora de comer y no aceptaré un no, se lo advierto —recordó Sofía.

—De acuerdo madre, no le discutiré—respondió un poco sonriente.

—Que extraño, huele a flores. ¿Pero de donde proviene?

Por unos instantes el hombre se quedó en silencio. La madre no lo noto y le entregó una manzana en lo que le servía los demás alimentos. Desde arroz, ensalada, frutas y unas piezas de pollo, la mujer le había traído todo un banquete. Máximas sujeto la fruta en sus manos pero no deseo comerla. Solo dirigió una mirada preocupada por una de las ventanas.

«Gran Elysion-Rad ayúdalos, te lo ruego», pensó él hombre tratando de controlar su creciente preocupación.

La madre Sofía en ese instante noto el cambio en su adorado cardenal, pero no comentó nada, solo se dedicó a colocar los alimentos en una mesa cercana y a ayudarlo a sentarse en ella para que se alimentara. Bajo los regaños de la mujer el comería, pero su mirada y mente se perderían en sus ruegos por la seguridad de los miembros de la Orden que se encontraban inmersos en esos peligrosos eventos y por el futuro de todos.

Las Reliquias Del Antiguo: El Resurgir De Los CaídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora