Capitulo 9

88 5 3
                                    

La mañana resplandecía sobre la bella ciudad de Daynnion como un manto dorado. Un cardenal observaba desde lo alto de la imponente Catedral Ancestral como su hogar despertaba y se llenaba de vida con cada rayo de sol que la acariciaba. Desde una de las ventanas de su recamara, Máximas dirigía su atención al este de la catedral, el puerto de Dastion comenzaba a cobrar vida. Era la única forma de entrada por mar, debido a los peligrosos acantilados que rodeaban gran parte de las costas de la isla. Más al noreste, se divisaba la montaña de Luz. De donde los suministros de agua dulce viajaban por un pequeño río cristalino, hasta llegar a la ciudad por una serie de tuberías tan antiguas como el templo.

—Que hermoso amanecer—dijo él con una cansada sonrisa.

A su lado, una de las hermanas de mayor rango y edad de la Orden compartía la vista. La madre Sofía Cyadiz pertenecía al círculo interno del cardenal Máximas y era con facilidad la persona de mayor confianza. Su vestimenta azul cielo y diseños de la Orden color blanco la diferenciaba de las demás miembros de su congregación. Su largo cabello plateado era sostenido por una diadema de oro con pequeños zafiros. En su centro, tenía el emblema de su hermandad que era la forma de una luna azul.

—En ocasiones me he preguntado si cuando nuestro fundador comenzó a levantar esta catedral, imagino que se convertiría en el estandarte de pureza de este mundo—comentó Máximas.

—Estoy segura que desde el paraíso esta observándonos orgulloso del camino que hemos tomado—respondió Sofía—. En ese día, comenzó nuestra cruzada por la purificación y libertad de un mundo perdido.

—¿Está segura de eso madre?—preguntó él mirando el paisaje—. Seremos el libertador que hemos pensado todos estos años.

La madre Sofía lo observó con sus ojos negros como la noche, un poco sorprendida por este comentario. Por un momento su semblante usualmente pacifico cambio a uno lleno de inquietud. Con la ayuda de su bastón, el cardenal camino hacia una mesa en forma ovalada en el centro de la recamara. Se sentó en unas de las sillas casi dejándose caer sobre ella. Sofía sabía que el cardenal no había descansado en días y eso junto a los sucesos recientes le estaban afectando. La mujer lo conocía desde su infancia y había visto los mejores días de este hombre ser absorbidos por los problemas de la Orden.

—¿Qué le ocurre su señoría, que le acongoja tanto? —preguntó ella.

—Temo por nuestra Orden—respondió él—. Temo por el camino que han comenzado a tomar nuestra hermandad. Me aterra que el objetivo principal de nuestra fe, de crear un mundo lleno de paz ya no sea la prioridad de algunos.

—Mi señor, se que ha habido fricciones entre algunos miembros del consejo, pero estoy segura que todos desean el bien. Además, nuestra Eminencia es la que tiene la última palabra y el no se ha desviado de nuestro digno propósito.

—No es su Eminencia quien temo que este perdiendo el camino.

El cardenal se incorporó dejando caer su bastón. Camino hacia un estante a su derecha hecho de mármol blanco en donde descansaba un grueso libro. El ejemplar poseía una portada gruesa color marrón y un emblema de la Orden de tono dorado en su centro. Era la obra escrita más sagrada para ellos. Escrito en el se encontraba la historia, los mandamientos, las filosofías y las doctrinas más veneradas de esta religión. Pasándole la mano con gentileza, Máximas lo abrió comenzando a mover las páginas como si buscara algo en particular. La madre se acercó a su cardenal y cruzó sus manos a la vez que lo observaba. Sabía que cuando el anciano leía de ese libro en realidad buscaba algún tipo de aliento. Aunque entendía su preocupación, no podía pensar que los otros cardenales estuvieran dispuestos a actuar de una forma ajena a sus doctrinas.

Las Reliquias Del Antiguo: El Resurgir De Los CaídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora