Capitulo 8

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Al oeste de la ciudad de Alussa, ciudad cercana a la costa sur oeste de la región de Sadarian se encontraba una reconstruida mansión. Era custodiada por varias decenas de Arkians y gárgolas con piezas de armadura de hierro. Era el lugar de descanso de Exodus, él causante de la destrucción en la catedral, quien aun disfrutaba de su logro. Con unas vestimentas de fina seda gris, que detallaba su esbelta figura, Claudia caminaba con una copa en sus manos hacia un trono grisáceo decorado con gemas. En el, su señor iluminado por varios candelabros examinaba con cuidado el brazalete de Linius. Claudia se le acercó con la copa de oro llena de vino para saciar la sed de su amado señor. Haciendo total reverencia ante su amado, le entregó la copa con una sonrisa. Exodus la tomó mirando a Claudia lo que hizo que la respiración de la mujer se agitara.

—Mi señor, Leonidas ha regresado —le mencionó ella.

—¡Qué pasa entonces! —respondió en voz alta.

De inmediato, Leónidas entró en la recamara siendo vigilado por Claudia quien se colocó a la derecha de su señor. Leonidas, uno de los seguidores más leales de Exodus se arrodillo enfrente de su señor en total sumisión.

—¿Qué noticias me traes?—preguntó Exodus tomando de la copa.

—Como lo anticipó mi señor, la Orden investiga el ataque—respondió él sin levantar el rostro.

Exodus se incorporó del trono entregándole la copa a Claudia y caminó hacia la una enorme ventana de cristal al lado derecho del trono. Tomo de su bolsillo derecho, una antigua y maltratada moneda de oro y comenzó a jugar con ella entre sus dedos. Detuvo la moneda entre el dedo índice pensando por unos segundos.

—Son tan predecibles —afirmó Exodus moviendo la moneda.

—Sí mi señor, todo ocurre como lo había predicho—aseguró Leonidas.

—Continúa observándolos sin que sean detectados. ¿Ya tus bestias han ido a entregar el mensaje?

—Así es mi señor, mis sirvientes están en ello. Y mis espías vigías a la Orden, no podrán hacer ningún movimiento sin que lo sepamos mi señor.

—Excelente, no debemos descuidarnos ahora, debes asegurarte de no fallarme.

Exodus le hizo señas a Claudia, para que le diera la copa lo que esta mujer hizo de inmediato, casi dándole de tomar ella misma. Pensativo regreso a su trono guardando de nuevo su moneda en el bolsillo y observando el brazalete en su poder dejando salir una leve sonrisa. Claudia pasó por el lado de su señor tocándole con suavidad los hombros.

—Continúa con nuestros planes sin desviarte—ordenó Exodus—. Lleva a todo tu clan de gárgolas si es necesario—. Incluso a las sangres oscuras, necesito estar delante de ellos hasta que sepa la ubicación de la próxima reliquia.

—De inmediato se hará—prometió Leónidas—. Pero hay algo más que debo decirle.

Exodus observó a su sirviente dejando de tomar vino. Se sentó derecho con sus manos entrelazadas al nivel de su mandíbula un tanto curioso.

—Ha llegado un extraño con un pequeño grupo a la ciudad Thorian, mis espías mencionan que es de apariencia y actitud distinta. Que no es un miembro de la Orden.

—No será la primera vez que la Orden CelesGard busca ayuda fuera de sus filas—respondió Exodus—. En realidad contaba con ello. Pero si te sientes incómodo con su presencia toma todas las medidas que consideres necesarias. Solo asegurate no llamar mucho la atención.

—Como lo ordene mi señor—respondió incorporándose para marcharse.

—Llama a Ifius ante mí, necesito hablar con él.

Leonidas hizo una reverencia a su señor y se dio la vuelta saliendo de la recamara. Exodus se recostó un poco en el trono y pensativo se colocó la mano derecha debajo de su barbilla. Claudia se situó detrás de su amado y comenzó a masajearle los hombros con gentileza. En ese momento, con un caminar jorobado Ifius el líder troll al servicio de Exodus entraba en la recamara dejando ver su pálida piel. De no más de cinco pies de altura, cuerpo deforme, puntiagudos pero gruesos pedazos de cabello rojo desde la cabeza hasta la cintura, garras gruesas y vestimenta maltrecha, este ser pertenecía a los troles rastreros. Llamados así por su costumbre de viajar y vivir casi toda su existencia bajo la tierra. Claudia no intentó esconder su asco hacia estos seres. En especial detestaba sus rostros sucios con narices puntiagudas llenas de verrugas. Pero para Exodus lo que les falta en belleza les sobra en habilidades. Dones que había aprendido a utilizar al máximo.

—¿En qué puedo servirle mi amo?—preguntó Ifius dejando ver sus dientes podridos.

—¿Cómo vas con tu encomienda?—preguntó Exodus con seriedad.

—Todo se ha realizado como lo ordenó mi señor. Hemos logrado causar el caos en la región de Baria-Dir. Con cada día que pasa la cardenal a cargo de la ciudad esta dedicando mas fuerzas a tratar de detenernos.

—Que tus soldados continúen sin darles ningún respiro. Mientras lo hacen te tengo otra tarea que debes atender personalmente.

—Estoy honrado, ordene y yo obedeceré—respondió reverentemente.

—Viajaras al desierto de Kinnios y le entregaras un mensaje al gobernante de las tribus olvidadas.

—Cumpliré con esa encomienda mi señor, puede contar con ello.

—Cuando regreses debes asegurarte que el terror inunden a los habitantes en esa región. Has que la Orden tenga que enfocarse en ustedes. Qué estén ciegos a otras cosas.

—Cuente con ello, les enseñaremos lo que es terror y sufrimiento.

—Bien, recibirás el mensaje al salir, parte de inmediato.

El troll se limpio su puntiaguda nariz con sus garras, haciendo que mucosidad saliera de ella, lo que causó una visible molestia en Claudia. Hizo reverencia a su amo y salió de la recamara a cumplir sus órdenes. En las afueras recibió un pergamino de una de las gárgolas custodias de la mansión. A metros de la entrada, decenas de troles lo esperaban ansiosos de partir. No les agradaba para nada estar mucho tiempo en la superficie. Se golpeaban las cabezas o golpeaban el suelo desesperados de regresar a lo que llamaban su madre tierra.

—«! Nuestro señor me ha encomendado una nueva misión!—exclamó Ifius en su lenguaje ahogado—. Envíen a un mensajero a nuestra gente, que incrementen sus ataques en contra de los humanos. Los demás partiremos ahora a cumplir el nuevo deseo de nuestro señor».

Lanzando rugidos eufóricos los rastreros se prepararon para su viaje. Utilizando sus potentes y largas garras simultáneamente desgarraron la tierra internándose en sus entrañas. Debido a su habilidad de moverse bajo el suelo a considerable velocidad, eran los espías y mensajeros perfectos.

Exodus se había levantado del trono y caminado hacia la ventana observando el brazalete en su brazo izquierdo. Claudia se le acercó y lo abraso con fuerza. Un gesto que Exodus respondió besándola y pasándole la mano por su suave cabellera. Aunque es su más fiel sirviente y cree en sus convicciones. Es un amor enfermizo lo que mantiene a esta hermosa mujer dispuesta a todo con tal de complacer a su señor. Ya sea como su asesina o amante, Claudia solo existe para complacerlo.

—Todo va de acuerdo con tu plan amado —dijo Claudia.

—Muy pronto el brazalete me enseñara el paradero de la pieza que fue sacada de su centro—comentó Exodus mirando por la ventana—. Cuando lo complete, el me revelara en dónde se encuentra la próxima reliquia.

—Y cuando las reúnas todas, tu sueño por fin se volverá una realidad.

—Así es amada, ya he comenzado con una gran ventaja. Tengo en mi poder el brazalete y solo yo podré ver la ubicación de la próxima. Solo la Orden podría detenerme, pero como vez no son rivales para mí.

—¿Y qué hay de ese extraño?

—Mi adorada Claudia, no hay nadie en la Orden o fuera de ella que sea un verdadero rival para mi—respondió Exodus mirándola a los ojos.

Exodus sintió un suave beso en su boca proveniente de Claudia quien le sonreía. El la levanto entre sus brazos dirigiéndose a su habitación en donde disfrutaría de las caricias de esta mujer quien se moría de deseos por complacer a su amo en una alcoba.  

Las Reliquias Del Antiguo: El Resurgir De Los CaídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora