Capitulo 4

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Desde las afueras de la catedral, Jennifer observaba la hermosa ciudad en la que se encontraba. Sus tonos claros y cálidos le otorgan una sensación de paz. Una leve brisa movía su largo cabello, acariciándole el rostro obsequiándole unos momentos de tranquilidad. Cerca de ella, un pequeño grupo de niños guiados por sus tutoras, eran dirigidos en una fila hacia uno de los edificios cercanos. Todos vestidos con túnicas color cielo, riendo, cargando sus pequeños cuadernos y actuando como se esperaría de sus tiernas edades. Una pequeña niña de negros cabellos observó a Jennifer y con ternura le sonrío. Ella le respondió de igual manera, al invadirle una gran alegría.

—Que el gran Elysion-Rad los proteja siempre —dijo ella sonriendo.

El sonido de una gran puerta abriéndose le hizo dirigir su mirada hacia atrás. En segundos la sonrisa de Jennifer se desvaneció. Por la entrada principal salía el cardenal Máximas seguido por un grupo de guardianes. En el centro de ellos, un hombre de ropas gruesas negras sin mangas respiraba sus primeros momentos afuera de su celda.

—No tenía que esperarme, pero es un gran detalle de su parte—mencionó Dazadiel.

—Así me lo ordena mi nueva obligación—respondió seria ella.

—Vamos, querrá decir su nuevo honor. Después de todo estamos en el mismo bando.

—Nunca estaremos en el mismo bando criatura.

—¡Basta ya!—exigió Máximas con seriedad—. No hay tiempo para esto. Deben prepararse para partir de inmediato, así que síganme.

Ambos siguieron al anciano hacia los edificios más retirados de la catedral. Un tanto sorprendido por los cambios en la ciudad, Dazadiel observaba sus alrededores tratando de familiarizarse de nuevo. Después de todo, hacían varios siglos que no caminaba por sus calles. Cerca de ellos pasaron varios Silodones a considerable velocidad. Su apariencia felina y su porte orgulloso llamó la atención del recién liberado.

—Yo poseía una de esas bestias—recordó él—. Tenía un pelaje rojizo como la sangre y montarlo era divertido. Eran pocos los que no brincaban al verlo pasar.

—Hoy día han sido domesticados, encontrarlos salvajes en estos tiempos es tarea casi imposible—afirmó Máximas.

—Ustedes y su deseo de dominar, siempre arruina todo.

El cardenal lo ignoró y se dirigió hasta llegar a un edificio gris de más de cinco pisos de altura. Desde las afueras, un aroma metalico y caliente se podía percibir con facilidad. Habían llegado a la armería de la Orden y el lugar en donde se prepararían para su travesía. Máximas los condujo al interior de esta edificación la cual era de una considerable longitud. Decenas de mesas con distintas armas inundaban el primer piso. El anciano les ordeno a los guardianes que se retiraran mientras se acercaba hacia una de las mesas en el centro. En ese lugar un hombre de vestimenta verde polvorosa, de complexión robusta, varias correas de cuero en su cuerpo y cabello marrón, revisaba una de sus nuevas invenciones.

—Saludos hermano Langrid—dijo Máximas acercándose a él.

—Un placer verlo su señoría—respondió Langrid—. ¿Cómo le ha ido en su viaje?

—Bien hijo mío, todo salió como esperaba—afirmó Máximas mirando la mesa—. Veo que has terminado el prototipo de tu nueva arma.

—Desde que el consejo lo autorizo así ha sido mi señor, aunque se tomaron más tiempo del que esperaba. Solo he podido construir una.

—Permítame presentarle a la hermana Jennifer y el es Dazadiel. El es el hermano Langrid Ironstone, uno de los mejores diseñadores de armas de la Orden.

Las Reliquias Del Antiguo: El Resurgir De Los CaídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora