Capitulo 27

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En la enorme y antigua librería en la catedral ancestral alumbrada por varias velas esparcidas, un cardenal leía un centenario libro. Sentado en una silla de caoba con un espaldar largo y circular Maximas intentaba despejar su mente. Solamente su inseparable bastón lo acompañaba en esa oscura recámara. No había escuchado del grupo desde que sus fuentes le informaron que salieron de la ciudad roja y esto no le había permitido descansar. El cansado hombre se levantó de su silla caminando hacia una de las ventanas. Al acercarse sus ojos marrones trataban de distinguir algo entre el fuerte aguacero que demostraba el comienzo de la temporada lluviosa en la región. Lo que si había reconocido fue un destello azul que surgió de entre la sombra seguido por una silueta. El anciano sonrío girando su agotado cuerpo en dirección de la luz.

—Es un honor recibir su visita—dijo el cardenal bajando su mirada.

—Por favor cardenal, no tiene que hacer reverencia—recordó lo que parecía ser un hombre por su tono de voz.

Con lentitud ese visitante salió de entre las sombras dejando ver su elegante vestimenta blanca que cubría todo su cuerpo. Una capucha con diseños dorados en forma de signos muy parecidos a los utilizados por la Orden completaba su apariencia. Sus túnicas no permitían ver muchos detalles de ese individuo que camino seguro y recto. Solo era notable su estatura en comparación con la del cardenal al sobrepasarlo por una cabeza.

—Espero que su viaje entre esta ventisca no haya sido muy difIcil—mencionó Maximas.

—No viajo bajo ellas sino sobre ellas cardenal—respondió el visitante.

—En ocasiones esos detalles se me olvidan, pero dígame, ¿A qué debo el honor de su visita?

—Mi visita es sobre los cambios que se acercan sobre usted y los suyos. 

—A que se refiere con esas palabras—apunto sorprendido Maximas—. Dígame que ocurre.

El visitante se acercó al cardenal y colocó su mano izquierda en su hombro dejando ver un brazalete dorado de hermosa confección orgánica. El cual sería imposible de imitar por los mejores artistas humanos.

—Mis hermanos visitaron a su eminencia y temo que sus días están contados—aseguro ese hombre.

—Por favor Adrion ¿No hay algo que ustedes puedan hacer por él?

—Lo lamento, su muerte llegará por razones naturales, se nos ha prohibido intervenir en esos casos.

—Es una lastima, es un gran hombre, sé que será bien recibido en tu reino.

—Así será, y esa es una de las razones por la cual he venido a visitarlo. Vengo a informarle que apoyare su nominación como su sucesor.

—Me siento muy honrado por su apoyo y se lo agradezco, pero será la decisión del consejo la que escoja un sucesor.

Adrion levantó la mirada dejando caer sus hombros con una pesada respiración. Juntó sus manos al nivel del rostro dirigiendo sus ojos azules hacia el cardenal.

—Un manto de oscuridad y maldad se ha comenzado a posar en estas tierras—advirtió Adrion—. La Orden CelesGard necesitará a un líder honorable y fuerte para enfrentar esto. Y ese mi amigo, debe ser usted.

—Sus palabras me honran pero hay otros hermanos capaces de liderar la Orden. Además de ser más jóvenes y saludables que yo.

—Temo decirle que no tengo tantas esperanzas en ellos. Mi viejo amigo, lo he visto crecer en esta Orden y darle una luz más brillante que la del sol mismo con su humanidad y honor. Usted debe ser el escogido, usted será quien traiga de nuevo la era dorada a la Orden.

—Por sus palabras parecería que se acerca el fin de los tiempos.

El encapuchado camino hacia la ventana como si no tocara el suelo con sus pies por lo apacible que se veían sus túnicas al moverse. En el interior de ese visitante preocupación habían comenzado a aparecer. Una que lo devoraba poco a poco. Escondiendo sus manos entre sus ropas de material suave pero resistente el hombre miró al cardenal.

—Se desconoce el paradero de varios de mis hermanos—dijo él dejando ver entre su capucha sus ojos azules con una leve tonalidad dorada.

—¿Pero que asunto los traería a este reino?—preguntó el cardenal.

—No lo se por el momento, esa es otra de las razones por la cuales he venido. Solo puedo sospechar que tiene que ver con los incidentes recientes.

—Te refieres al hurto del brazalete.

—Así es, algunos de mis hermanos no tienen la misma paciencia que mi señor y temen que el logre ser liberado. Aunque debo admitir que mi fe no está en el grupo que has enviado a recuperarla. Lamento decir esto, pero no puedo mentirle.

Maximas se sentó en la silla nuevamente: —Se que parece un error pero tengo fe en que lo lograran.

El hombre caminó hacia el cardenal percatándose del tono cansado en sus palabras. El cardenal había estado envuelto en largas reuniones con varios cardenales y sus habituales pero crecientes choques con Stevens. Todas estas situaciones y su preocupación empezaban a tener efectos en su salud.

—¿En realidad cree que ellos puedan detenerlo cuando llegue el momento?—preguntó Adrion. Y el cumplirá el convenio.

—Le repito que tengo fe en ellos—dijo Maximas. Además el caído esta obligado a cumplir el convenio.

—Aun no se que pidió a cambio para realizar la tarea.

—No puedo decirle por el momento.

—Tenga cuidado con el cardenal, es muy astuto podría engañarlo.

—Lo conozco lo suficiente como para no descuidarme.

—Y que ocurrirá con la joven, su don es un riesgo para ella. Mientras más tiempo pase unida al convenio más su mente será afectada.

Maximas afirmo con su cabeza mientras que tomaba su relicario entre sus manos. El visitante se colocó enfrente de el y se arrodillo al lado de este honorable hombre.

—Sabes que ella puede descubrir más de lo que debería y eso quizás sea demasiado para ella —advirtió Adrion.

—Viejo amigo conozco los riesgos y aunque debo admitir que tenía mis temores al principio. Ahora entiendo que es un riesgo que debe ella tomar aunque le exija lo máximo de su fe—respondió Maximas.

—Tu fe en los demás siempre ha sido lo que más he admirado de ti Maximas. Por favor piense en lo que le comente sobre mi apoyo.

—Así lo haré Adrion y le estoy muy agradecido por desear apoyarme en tan honorable puesto.

Adrion le tocó el hombro al anciano y se incorporó caminando con tranquilidad hacia las sombras nuevamente. Entre un destello azul este hombre se desvaneció. El cardenal respiro profundo comenzando una plegaria silenciosa. Este siervo de la Orden pedía con todo su corazón fuerzas para lidiar con las situaciones que lo acongojaba. Su mirada se distrajo por un momento cuando una ráfaga iluminó el firmamento. Pero este relámpago azul era distinto a los demás, ya que ascendía en lugar de descender. El cardenal sonrío y regresó a su plegaria la cual esperaba con toda su fe fuera escuchada por su dios.

Las Reliquias Del Antiguo: El Resurgir De Los CaídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora