Volví a la fiesta, ya iban todos bien contentitos.
Pude ver en una mesa a Gonzalo bebiendo y llorando rodeado de sus amigos.
Pobrecito, si ahora está destrozado, imagínate cuándo le dejé.
No le podían faltar amigos, tendría buen apoyo.
Vi a María hablando con ese tal Pedro y Sebas al lado dándole besitos cada dos por tres.
La cara de María era un poema.
Cinco euros que me iba a dar Álvaro, por cierto, ¿y Álvaro?
Empecé a buscarlo, había tanta gente.
Derrepente noté que alguien me tocaba el hombro, me giré.
Era Laura acompañada de su chico, Ángel y detrás un chico que no podía verlo.
Laura iba guapísima con su vestido de flores y sus tacones marrones.
Su chico también lo iba con unos pantalones marrones y una camisa blanca.
Era muy alto, con un tupé castaño y unos ojos verdosos.
Hacían muy buena pareja.
Me sonrieron y los saludé a los dos con dos besos.
—Este es Joan, un amigo—me presentó Ángel al chico de detrás.
Era Joan, mi Joan.
Recordé cuando hable con él en la sala de expulsados y le dije que quedaríamos como amigos, el primer chico que me gustó de verdad.
Iba muy guapo con una camisa de cuadros roja, una chupa de cuero y unos vaqueros.
Era el único de la fiesta que iba sin arreglar y me dio envidia porque llamaba la atención y tenía un rollazo, y pensar que yo también me iba a poner mi chupa de cuero.
Nos sonreímos y nos dimos dos besos.
—Ya nos conocemos—dijimos a la vez.
—Ah vale, perfecto.Pues entonces vamos a dejarlos solos.Cari, vámonos a bailar—le dijo Laura a su chico.
Antes de irse me guiño un ojo.
—Que guapa estás.¿Y tu acompañante?—me preguntó Joan con su típica sonrisa que me desquicia.
—Gracias, tú también lo estás, pero no te lo creas.No lo encuentro.¿Y la tuya?—le dije.
—No me lo creo, es que lo estoy—dijo con prepotencia.Yo solo me reí—No tengo acompañante.¿Tu acompañante va todo de azul y es rubio?—me preguntó.
—Si, ¿por?—le pregunté.
—Pues creo que ya tiene otra acompañante—me dijo señalando detrás mía.
Me giré y pude ver a Álvaro bailando con una rubia.
No me dio tiempo de ver quien era ella.
Me entró un dolor en el pecho.
No era tristeza, era rabia.
Empecé a sentir rabia, me pensé dos veces en ir y gritarle o tal vez pegarle.
No lo hice, no tenía porque hacerlo.
Es solo un amigo, nada más, intenté convencerme de eso, para mí no era solo eso o no lo fue, para él yo siempre sí.
—Joan, lo siento, me encuentro mal, me voy a mi casa—le dije.
—¿Quieres que te acompañe?—me dijo con preocupación.