Esme:
La cabeza me daba vueltas y yo lloraba sin parar.
Desde que había ido al pueblo no había dejado de pensar en él ni un solo día.
Mis amigas y Mario me habían ayudado inconscientemente a dejar de pensar en él pero cuando llegaba a casa la noches se me hacían eternas.
Y de repente pensé, ¿A quién quiero engañar?
Estoy echa una mierda.
Todo me recuerda a él.
Echo de menos sus buenas noches.
Sus cosquillas.
Su voz.
Su tacto.
Sus mensajes a media noche.
Sus besos y abrazos.
Ver lo nervioso que se ponía cuando lo miraba a los ojos.
Echaba de menos estar con él.
Lo echaba de menos.
Él ya me lo había dicho todo desde un principio en esa carta y se pensó que lo perdoné.
Vale que se acostó con su ex, pero no recordaba nada.
¿Pero seguía queriéndola?
¿Pero por qué no me dijo que pensaba que lo sabía por la carta cuando le pegué la bofetada?
Pablo:
—Deja de hacer eso, me pones nervioso—me dice Lucas saliendo de su habitación refiriéndose al gesto que hago cuando estoy nervioso.
—No he dormido en toda la noche, pensar que no leyó la carta, que le he estado engañando todo este tiempo, ahora entiendo su reacción, ahora entiendo todo—movía los pies sin parar.
—Tranquilo amigo, volverá contigo, yo no hubiera sido capaz de escribir palabras tan cursis casi lloro y todo cuando la leí—me miraba con una media sonrisa.
Se burlaba de mí.
—Buenos días.
Una Samara sonriente salía de la habitación con una camiseta de Lucas puesta.
Es realmente guapa con un pelo rubio ondulado muy largo y ojos azules.
¿Desde cuándo se quedan a dormir las chicas con la que se acuesta Lucas y les deja sus camisetas de marca?
—Buenos días.
—Buenos días preciosa, ¿qué quieres desayunar?—le preguntó Lucas con una sonrisa mirándola embobado.
¿Preciosa?¿Le ha invitado a desayunar?
Vale, eso era ya raro.
—Un descafeinado y una tostada porfavor—le contesta esta sentándose en el sofá al lado mío.
—¿Le has dado ya la carta?
Anoche no tuve más remedio que contarle a Samara el contenido de la carta y mi historia con Esme.
—No sé que hacer—le respondí cabizbajo.
—Sí que lo sabes, ahora mismo vamos a comprarle algo especial al centro comercial y le vas a dar esa carta y lo que compremos.
Cuando levanté la cabeza para contestarle ya no estaba.
—¡Ponte guapo!—escuché desde la habitación de Lucas.
Esme:
—Hola.
Saludé a Lucía.
Ella me miraba atentamente.
Me conocía y sabía que no estaba bien.
Habíamos quedado para dar una vuelta pero sabía donde me llevaba.
—Hola—me contestó.
Ibamos caminando dirección a su coche
—No quiero ir—dije antes de llegar.
—¿Dónde?—me preguntó.
—No quiero ir a la fiesta de mi cumpleaños, porfavor, aún no—le contesté.
—¿Quién ha dicho que vayamos ya?—me guiña un ojo y yo le sonreí.
Lucía es muy buena amiga y nos llevábamos muy bien a pesar de ser muy diferentes.
Es una chica bastante peculiar con un lado de la cabeza rapado y llena de piercings.
Nos llevó al gran pueblo de al lado a la estación de tren donde las personas andaban de un lado a otro sin parar.
Ambas mirábamos las vías del tren y la gente en silencio.
—¿Por qué me traes aquí?—le pregunté.
—Siempre que estoy mal me voy de esa mierda de pueblo donde vivo y vengo aquí a pensar mientras veo a la gente pasar, me gusta mirar lo diferente que es cada persona e imaginarme sus vidas—miraba seria las vías del tren.—Esme, te conozco y sé que no estás bien, tampoco te voy a preguntar que te pasa porque también te conozco para saber que no te gusta expresar tus sentimientos.Aquí puedes llorar, nadie te conoce.
Al escuchar sus palabras empecé a llorar.
Lucía sacó de su bolsillo un paquete de cigarro, extrajo uno y me lo tendió en la mano.
Era mi cumpleaños y en vez de soplar las velas y celebrar un año más, encendí el cigarro y célebre un año menos.