11ºCapítulo

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Me pasé toda la tarde del Sábado leyendo 'Bajo La Misma Estrella' de John Green.

Me encantaba ese libro y lo peculiar que era ese amor y sus personajes.

Triste que el amor verdadero no existiera en la vida real o en mi vida.

Solo lo veía existir en películas y libros.

Con mis quince años no había tenido ni un solo lío, ni royo, ni novio.

Ángela me decía que debería de estar orgullosa de eso, pocas se hacían respetar como yo y pocas esperaban su primer beso con su amor verdadero.

Sandra me decía que no lo entendía y que ella no aguantaría sin besarse con nadie.

Las demás no comentaban y así lo prefería.

No había tenido nada con nadie, porque no, no había encontrado a nadie que me llenará y que me correspondiera, tampoco lo buscaba.Esperaba encontrármelo algún día.A lo mejor ya lo conocía y lo había encontrado, quien sabe.

El domingo mi madre me obligó ir a comprar, sabía cuanto lo odiaba.

Suerte que tenía cerca el supermercado.

Cuanto pesaban las bolsas, me empezaba a doler el brazo.

De repente noté una grande y suave mano rozar la mía y coger el asa de la bolsa.

Me giré y vi esos ojos azules.

—Deja que te ayude—me sugirió Pablo con una dulce sonrisa.

Yo no le contesté, me quedé muda, no me salían las palabras.

Que vergüenza me daba verle después de mi comportamiento de aquella noche.

Me cogió las dos bolsas y empezó a andar delante mía.
Llevaba unos vaqueros en la que se le marcaba su culito respingón, una camiseta azul que le resaltaba los ojos y unas converse azules como las mías.

Yo iba echa un cuadro, más bien como una garrula.

Llevaba unos leggins, un top blanco de sport sin nada de escote que no cubría mi delgado abdomen, una chaqueta de azul de adidas que me pongo para estar por casa atada en mis caderas y mis  adidas deportivas azules.

—Vaya, vaya.La otra noche no estabas tan callada—me dijo girándose hacía a mí.

—Mmm me he quedado cortada—le confesé y sonreí.

—Pensaba que no eras tímida—me dijo mientras seguía andando cargado con mis bolsas.

Esas bolsas me pesaban un montón, sin embargo a él no.Se le marcaba las venas en los brazos.

Uf, que sexy.

—Pues sí, lo soy, y bastante.El otro día tuviste suerte, cuando me cabreo no lo soy ni sé lo que digo—le confesé.

—No lo jures—me dijo.Pude oírlo reírse.

—¿Qué te hace tanta gracia?—le pregunté con voz de mosqueada y poniéndome a su altura.

—Nada, nada.Esto pesa eh—dijo soplando.

—Dámelas, no hace falta que me ayudes, ya me las has llevado bastante, puedo yo solita—le dije intentando quitarle las bolsas.

—Ya sé que puedes tú solita, llevas el modelito perfecto para hacer pesas con estas bolsas en un gimnasio—me dijo mirándome de arriba abajo.

Noté mis mejillas coloradas.

—Pues la verdad es que llevo lo que me ponía para ir al gym—dije ruborizada.

—¿Al gym?—me preguntó imitando mi voz y riéndose.Era muy maduro pero a veces actuaba de una forma inmadura para hacerme reír.

El mundo de color EsmeraldaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora