Llevaba una camisa blanca que resaltaba su moreno, unos pantalones caquis que pegaban con su pelo rubio y unas zapatillas blancas.Fui educada y le saludé con dos besos en la mejillas, pero sin mirarle a la cara.
Noté la tensión que había entre nosotros, la atenta mirada de los demás sobre nosotros y su mirada en mí.
—Cuánto tiempo, Esme—me dijo apoyando una mano en mi hombro.
Ahora si que lo miré, como siempre que le veía mi manos empezaban a sudar, mi corazón daba latidos sin parar y mi barriga se llenaba de cosquilleos.
Hasta que no le miré a los ojos, no me di cuenta lo mucho que había echado de menos esos ojos verdes.
Pero estaba enfadada con él y tenía que hacérselo saber.
—Si la verdad es que sí—le dije con la mirada seria.—Chicos, ¿vamos a la discomóvil o qué?—dije a los demás desviando mi mirada de sus ojos.
Había mucha gente ya borracha y no eran ni las doce de la noche.
Habían disfraces muy originales y también todo lo contrario.
La gran mayoría de chicas, por no decir todas, iban de enfermeras o demonios con minitutus.
Después de saludar a casi todo el mundo que había allí, nos pusimos a bailar Ángela y yo.
Rocío y Sandra casi nunca bailaban y si lo hacían, poco, se pusieron a hablar ellas y los chicos con un grupo de amigos muy cercano a nosotros.
Ángela y yo nos compenetrábamos muy bien, íbamos muy coordinadas y al ritmo de la música.
A ambas nos encantaba bailar y no nos cansábamos.
Nos gustaba todo tipo de baile.
De pequeña practiqué baile sevillano, de salón, funky y alguno más, mi madre se empeñaba en apuntarme a muchos deportes y actividades a ver si encontrábamos mi hermana y yo nuestro deporte, no sirvió de nada, siempre nos acabábamos cansando de todo.
Cuando bailábamos Ángela y yo, de vez en cuando se nos arrimaban chicos pero nunca nos interesaban, todos iban a lo que iban.
—Esme, voy a por algo de beber, que hoy no he dormido mucho y me duermo—me dijo Ángela gritándome a la oreja.
La música estaba muy alta.
—Vale, te espero aquí.
No me gustaba estar sola así que decidí acercarme a un grupo de amigas.
Antes de poder ir, Álvaro se interpuso delante de mía.
—¿Bailas?—me preguntó al oído.
Noté su aliento con olor a alcohol en mi cuello y un cosquilleo en mi nuca.
No le contesté, simplemente asentí.
Entonces pusieron una de las canciones de bachata que poníamos para enseñar a él y a los demás s bailar.
Ibamos muy coordinados, era un alumno excelente.
Sabía que él podía sentir mis nervios y eso hacía que me pusiera más nerviosa.
–Bailo bien, eh, eso es porqué tengo a las mejores profesoras de baile del mundo—me dijo en el oído mientras bailábamos.
No le contesté, ni le miré, seguí asintiendo.
—Venga, Esme, háblame y mírame, ¿alguna vez tenemos que perdonarnos, no?—me dijo a la vez que me cogió de la barbilla para levantarme la cara y que nuestras miradas se cruzaran.