—Yo no me meto en la piscina ni de broma—dije segura de mí misma.
Estábamos todos en la plaza, muriéndonos de calor.
—Yo tampoco, esta fría—dijo Sonia.
—Que exageradas—dice Ruben.
—Chicas de ciudad—murmura Cristina.
—Exacto—recalca su hermana.
Lucía y Cristina siempre han vivido allí, y la verdad es que son muy de pueblo.
—Nadamos y enseguida se va el frío—dijo Mario mirándome a los ojos.
Desde aquella noche, miraba con otros ojos a Mario.
Me demostró que tenía sentimientos y era una buena persona.
Siempre supe que lo era por como se portaba con sus padres pero siempre estaba él siendo frío.
La primera en meterse fue Cristina.
—¡Qué fría!—gritó.
Poco a poco todos se metieron con ropa y yo los observaba sentada en una roca.
Mario salió del agua y venía hacia mí con una sonrisa.
Una sonrisa que aún no me acostumbraba a ver y me dejaba sin aliento.
Se le marcaban perfectamente su formado y fuerte abdomen y pecho bajo su camiseta mojada.
Cosa que hacía que no pudiese desviar mi mirada de él.
Me recordó a su hermano.
Se sentó en un roca junto a la mía.
—¿Co-co-mo está el agua?—pregunté nerviosa.
Él me miraba con una media sonrisa, sabía el efecto que hacia en mí y le gustaba eso.
De repente se levantó y en un segundo me cogió en brazos.
Yo pataleaba en el aire, pero tenía mucha fuerza.
—¡Suéltame!¡Suéltame!—gritaba sin parar.
Los demás nos miraban con diversión.
—Dímelo tu misma como esta el agua.
Cerré los ojos, al soltarme de sus brazos y caerme al agua.
Estaba congelada.
Me salí como pude y mientras los demás reían sin parar.
Iba a matarlo.
Estaba en la misma roca en la que yo estaba sentada antes mirándome con una sonrisa.
Pero esta vez sin camiseta.
Su cuerpo estaba mucho más trabajado de lo que parecía con ella puesta.
Me quedé embobada mirándolo sin articular palabra.
Mario: