PARTE UNO

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La vida nunca es fácil, todos lo saben y más para los que viven en la calle. Esos jóvenes que vienen de familias disfuncionales y que cada día tratan de sobrevivir de la mejor manera que pueden, son los que sufren peores momentos.

Muchos caen en las drogas, la prostitución o a robar. Pero hay otros tantos que se pierden en los tres y es ahí cuando sabes que la degradación humana ha llegado al límite.

El frío de la habitación lo despertó de golpe

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El frío de la habitación lo despertó de golpe. Su cuerpo temblaba violentamente al igual que sus dientes. Se paró del colchón viejo y sucio para buscar su ropa. Se puso el pantalón y su típica chamarra de cuero negro, herencia de su fallecido compañero abatido a tiros hace unas semanas. Aun olía a sudor.

Se revolvió los cabellos de la cabeza y de la chamarra sacó una cajetilla de cigarros. Prendió uno y lo fumó despacio viendo el humo perderse en ese lugar que era su hogar, una casa vieja y abandonada. Su cuarto estaba adornado con las paredes grafiteadas por él y lo único que podías leer era su apodo escrito en diferentes tipos de letras: Ravi.

Solo tenía un colchón tirado en el piso, unas mantas sucias para taparse y un mullido sillón en el cuarto de al lado que era la sala. Esos eran todos los muebles del lugar.

Aspiró fuerte del cigarro y sintió el mareo que provoca el tabaco, uno de sus pocos placeres. Sacó el teléfono celular que le robó a alguien y llamó al único número de su agenda. Dejó que timbrara largo rato, pero nadie contestó.

"Ojalá y aún no te hayan matado". Pensó.

Terminó su cigarro y aventó la colilla a la pila de basura que había en la esquina de la habitación. Necesitaba alcohol para calentar su frío cuerpo.

El vecindario donde vivía no era más bonito que la casa en la que estaba. Salir a esas horas ya era peligroso siempre y cuando tu fueras el peligro. Aún no se ocultaba por completo el sol cuando atravesó la avenida para ir a la única tienda de la calle. Ahí trabajaba Hyuk, el hijo del dueño del lugar con el que se había acostado varias veces por botellas de alcohol. Era un chico lindo, pero si el padre de éste se enterara, sería capaz de golpear a Ravi siempre que lo viera, por eso únicamente ellos dos sabían ese secreto, además de que Hyuk se convirtió en el último de sus confidentes.

—Maldición Ravi, aún apestas a alcohol y ¿Vas a beber más? —Hyuk lo miró con lástima mientras que el otro se estiraba a un lado de él para alcanzar una botella de ron detrás del mostrador.

—Hace frío cariño. ¿Qué más puedo hacer?

—Puedo darte unas cobijas que me sobran o regalarte ropa de mi hermano, sabes que está en el ejército y no se dará cuenta.

Hyuk le sonrió a medias mientras veía como destapaba la botella y se la empinaba dando largos tragos.

—Gracias cariño, estaré bien con ésto —contestó Ravi levantando el alcohol y agitándolo a la altura de los ojos de ambos.

—¿Siquiera has comida ya? —se veía la preocupación del chico que era mucho más joven que el propio Ravi.

—Estaré bien, deja de preocuparte —hizo una pausa para dar otro trago —. Por cierto, ¿Haz visto a N?

El chico se quedó quieto pensando, N era el dealer de Ravi y sabía que si lo buscaba era para obtener mas metanfetaminas, la maldita droga que lo tenia atado a ese bastardo odioso.

—No desde lo de Ken, ya sabes, el robo a la tienda en Busan.

Hyuk siempre le mentía sobre el paradero de la gente que le hacia daño a Ravi, porque lo quería, lo quería demasiado.

Sin otro asunto más, el joven salió de la tienda con la promesa de pagarle la bebida la próxima vez. Caminó rápido con su botella pegada al cuerpo mientras volvía a marcar por teléfono. Sonó repetidas veces sin ser contestado. Se estaba desesperando.

N se mantuvo como su amigo pese a lo que todos se imaginaban, estaba ansioso por encontrarlo y poder hablar con él, los sueños habían regresado.

Ravi no era una persona religiosa y menos creyente en nada mas que en sus sueños. Toda su vida había estado plagada de premoniciones y visiones que muchas veces se cumplían en la realidad, pero no siempre eran acertadas. Con el tiempo se acostumbró a ver escenas horrorosas mientras dormía pero otras tantas eran sueños de la vida que deseaba, una alejada de las calles y de las adicciones. Su marchito cuerpo estaba cansado, pero sabía que debía seguir el destino que le tocó. No había final feliz en su mundo.

En su andar, llegó hasta la entrada de la universidad del estado, aquella donde los hijos de los presidentes de las grandes compañías pueden acceder. Se sentó afuera en las escaleras para volver a llamar, se sentía débil y mareado consecuencia de no tener nada de comida en el estómago por 2 días, mas que el ron que le calentaba las extremidades.

Escuchó el sonido de la campana que anunciaba el fin de clases y el murmullo de personas detrás de él, no era la primera vez que se sentaba ahí a esperar por lo que ignoró a los chicos ricos que salían de la escuela y pasaban a su lado. El murmullo cesó en unos minutos dejándolo nuevamente solo en esas escaleras. Insistía en su llamada para encontrar a N, pero en ningún momento le contestaron. Decidió regresar a su casa para seguir durmiendo, el aire frío de la noche estaba comenzando a hacerlo temblar otra vez.

Se levantó y dio media vuelta. Sus ojos se entonaron para ver como un chico estaba a punto de caer justo frente a él. En un acto reflejo lo trató de atrapar, pero su cuerpo estaba débil y el peso del otro chico lo superó, arrojando a ambos hacia el fondo de las escaleras, perdiendo el conocimiento en el instante.

 En un acto reflejo lo trató de atrapar, pero su cuerpo estaba débil y el peso del otro chico lo superó, arrojando a ambos hacia el fondo de las escaleras, perdiendo el conocimiento en el instante

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TORTURADonde viven las historias. Descúbrelo ahora