PARTE DOS

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Sufrir de insomnio era una de las tantas enfermedades de los chicos ricos, según decía su padre.

Taek Woon era el único heredero de la familia Jung, así que la presión por ser perfecto lo estaba llevando a tener casi todas las alergias que existen. Su padre se burlaba y su madre lo ignoraba, sabían que estaba demasiado consentido, por lo que trataban de no hacer caso a sus problemas.
Muchas veces, frente a los doctores, quedaron en ridículo al descubrirse que lo único que su hijo tenía era el capricho que crece en los hijos únicos y adinerados, aunque para Taek Woon su insomnio sí era real, en el día lo dejaba dormido en todos lados y en las noches se mantenía pegado a la computadora o leyendo para tratar de conciliar el sueño hasta la madrugada. Las pastillas importadas de la India para dormir no hicieron ningún efecto. Tenía sin dormir correctamente desde hace 1 año. Los signos de su cansancio se mostraban en la palidez amarillenta de su rostro, la extrema delgadez y la falta para coordinar sus pensamientos, ya había llegado al punto de alucinar o de desmayarse en la calle.
Veía a un doctor que le daba tratamiento psicológico y eso le ayudaba a descargar el peso en su mente de la enorme herencia en sus hombros. Él se sentía miserable por tener que convertirse en su padre, conseguir una esposa como su madre y procrear un hijo como él, nadie le preguntaba sobre sus sueños, sobre lo que lo hacía sonreír y que tenía que hacer a escondidas: cantar. Lo amaba.

Hong Bin era el único amigo aprobado por su papá ya que era el hijo mayor de su socio comercial. Le gustaba que estuvieran juntos y que formaran una amistad tan sólida como la de su padre y él. A Taek Woon no le gustaba estar cerca de Hong Bin quien era sumamente escandaloso, terco, presumido, tonto y un arrogante niño rico. Todas las características que su padre quisiera que él poseyera.

—¡LEO! No me ignores —Hong Bin caminaba deprisa con su portafolio pegado al pecho para evitar que se le cayera —. Leo, espérame.

Odiaba que le dijeran así, pero era el símbolo de la compañía de su padre y por tal motivo, en la universidad, se le dio ese apodo. Al menos no era nada ofensivo hacia su aspecto deprimente.
Su amigo le volvió a gritar en medio del campus. Media escuela volteó a verlo, avergonzandolo. Se detuvo y encaró al escandaloso.

—¡Leo! ¿Por qué no me esperaste? Te dije que debía ir a la biblioteca. Eres un terco...

Las manos le temblaron y la sangre se le acumuló en los ojos.

—Páso que los demás me digan Leo porque no saben cuánto me molesta, ¿Pero tú? Sabes que lo odio y aún así insistes en llamarme por ese ridículo apodo.

Se volteó para seguir su rápida caminata hacia la salida, se le hacía tarde para ir a la cita con su médico. Por el poco sueño su cuerpo trabajaba a marchas forzadas y por tal motivo debía estar en constante observación.

—Eres un terco —dicho ésto, Hong Bin decidió dar media vuelta e ignorarlo, sabía qué peleas, pelear y ésta no era una que ganaría.

Taek Woon continuó caminando lo mas rápido que pudo antes de sentirse mareado y tener que sentarse en una banca detrás del edificio de rectoría. Él mismo se tomó la presión y la sintió baja, decidió esperar un rato y comer un dulce para tranquilizarse. Se enfocó en los jóvenes que pasaban presurosos a la salida, todos vestidos de manera elegante e impecable, sus cortes de cabello peinados a la moda y muchos de ellos demasiado guapos como estar en la televisión. Miró el reloj, ya se estaba haciendo tarde, pero aún se sentía fatal. La cabeza le daba vueltas y comenzaba a ver puntos amarillos en su campo de visión. Se acostó en la banca y sacó más dulces que se metió a la boca y chupo con velocidad. No le podía dar una crisis ahora.
Se levantó y decidió caminar rápido hacia el estacionamiento y pedirle ayuda a su chófer, la escuela ya estaba vacía.
Cada paso que daba le hacía dar vueltas la cabeza, debía ser fuerte y llegar al menos a la salida. Caminó despacio agarrándose de vez en cuando en sus rodillas para recargarse y tomar aire. Faltaba poco.
Se sujetó de la reja de la salida y vio las escaleras que daban al estacionamiento. Sentía que estaba a punto de desmayarse, todo comenzaba a ponerse oscuro, sabía que no llegaría hasta su chófer y en su desesperación llamó a la única persona que había, se veía que era un joven de cabellos revueltos y chamarra negra.

—Disculpa... —su suave voz salió en un susurro imperceptible —. Por favor... —lo volvió a intentar, pero lo mismo, un susurro.

Entonces el joven de chamarra negra se levantó de las escaleras dispuesto a irse. Se asustó y caminó a tropezones para alcanzarlo y que al menos lo viera si no lo escuchaba.
No se dio cuenta del primer escalón y cayó perdiendo la conciencia.
Su largo cuerpo fue cachado por el chico de negro, pero ambos cayeron al piso, golpeándose sobre el pavimento.

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TORTURADonde viven las historias. Descúbrelo ahora