PARTE SESENTA Y OCHO

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Pasó otro día mientras disfrutaban de la soledad y el amor.

El tiempo se volvió efímero ante tanta felicidad, se olvidaron por completo de lo que los hacía infelices y se entregaron cada hora a ellos mismos.

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El día que comenzó su desgracia, el calor era insoportable si te quedabas un par de minutos sentado en la playa tomando el sol.

Leo no quiso arriesgarse a quedar quemado de la espalda por lo que dejó a su pequeño asolearse pero al pendiente cuando viera los primeros signos de que ya se estaba tostando.

Lo veía desde la terraza de la piscina. En esa época del año sus vecinos no estaban por lo que el pedazo de playa que les correspondía estaba vacía solo para que su Won Sik jugará todo lo que quisiera.

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Por la tarde, él ya había preparado la cena y Ravi se bañaba cuando escuchó que tocaban a la puerta.

Se asustó muchísimo, pero trato con todas sus fuerzas calmarse. No podía ser nadie importante, tal vez el vigilante de la zona o alguna persona ofreciendo sus servicios en jardinería o limpieza.

Dejó los platos con los que estaba a punto de servir la comida y salió con paso lento al recibidor. Aguzó el oído para identificar algún sonido pero solo se escuchaba el agua de la regadera caer junto con las olas a lo lejos.

Se armo de valor y abrió la puerta.

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Ravi estaba absorto en el baño, limpiándose con cuidado. Había sido una mala idea tener sexo en la playa, la arena le había irritado un poco su miembro al igual que las rodillas.

Se enjabonaba tranquilo cuando el sonido del timbre de la puerta lo alertó. Se quedó quieto bajo el chorro del agua pero su corazón se había desbocado. Mantuvo la calma, nadie sabía que estaba ahí. Nadie.

Espero un minuto más y entonces cerró la llave del agua y salió de la regadera. No percibió ningún ruido, un poco de temor se apoderó de él así que solo se cubrió con la toalla y salió a paso veloz hasta la cocina para buscar a Taek.

No lo encontró.

Regresó a la sala y no había señal de él.

Su corazón no detenía su apresurado bombeo, las piernas las sintió débiles.

-¿Taek? -Preguntó.

Silencio.

Buscó en las otras dos habitaciones pero estaban vacías.

Regresó al cuarto y se puso lo primero que encontró y partió disparado a la entrada, salió de la casa y miro a los alrededores. No había nadie.

Se metió al garaje y ahí se encontró un auto negro a parte de la camioneta del papa de Leo.

Las piernas le fallaron.

Corrió de nuevo a dentro pero sin detenerse hasta llegar a la piscina en la terraza. Abrió la puerta corrediza y se asomó. Ahí estaba Leo con otro hombre que le daba la espalda.

-¿Taek? -Volvió a preguntar.

Había comenzado a acercarse despacio cuando la suave voz de su chico lo detuvieron.

-Por favor no te acerques más. Entra a la casa, déjanos solos.

Se asombró por la manera en la que le hablaba, pero no lo dejaría solo y menos hasta saber quién era el hombre que no se había girado siquiera para darle la cara.

TORTURADonde viven las historias. Descúbrelo ahora