PARTE SESENTA Y SEIS

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Quien con monstruos lucha, cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti.

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Llegaron a su destino en menos de 3 horas.

La pequeña casa color coral a la orilla de la playa, estaba bordeada por palmeras altas y el sol pegaba de frente a la fachada.

Leo estacionó el auto en el garaje de la parte de atrás. Dentro del lugar el calor era tan intenso que tuvo que desabrocharse los primeros 3 botones de su camisa ya manchada de sudor. Ravi seguía totalmente dormido y a Leo se le hizo mala idea despertarlo por lo que bajó todas las ventanillas de la camioneta y abrió las puertas traseras junto con la cajuela para que le entrara más aire. Podía ver como el sudor bajaba por su cabeza.

Entró a la casa metiendo las maletas y revisó a los alrededores, estaba tal y como recordaba la ultima vez que fue de vacaciones con sus padres. Ésta le pertenecía a su madre quien se la había heredado la ultima vez que reescribieron sus testamentos.

La sala estaba perfectamente iluminada con paredes blancas y acondicionada con un ventanal enorme para ver a lo lejos las olas romperse contra la costa, las palmeras moverse con el tropical viento y la alberca en forma de estrella. El lugar era perfecto para pasar unos días a solas.

Habían 3 cuartos disponibles y solo 2 baños. Toda la casa estaba decorada de forma rústica y agradecía que su madre pudiera eludir a su padre en poner las cámaras de seguridad para evitar ser vistos en éstos momentos.

Acomodó las maletas en un solo cuarto. Se cambió a algo más ligero o los mareos comenzaría y salió en busca de su chico dormido.

Ravi sin embargo, sintió que el aire a su alrededor lo sofocaba, el sueño donde una nube espesa y oscura le rodeaba fue detenido por el calor tan espantoso que sentía. Despertó en el auto con a penas una brisa dándole algo de aire para no ahogarse.

Abrió la puerta del carro y bajó despacio, aún estaba medio adormilado. Vio a su alrededor y solo encontró un bote pequeño sobre una rampa con ruedas para transportarlo. De inmediato supo donde estaba y la felicidad lo hizo salir corriendo hacia la puerta que tenia de frente que estaba abierta, pasó a la sala de la casa justo cuando Leo estaba a punto de ir por él. Corrió a un lado suyo sin hacerle caso hasta la gran ventana corrediza. Se paró antes de chocar con el vidrio, sus ojos no podían creer lo que veía: el mar. El enorme y azul mar.

Leo se acercó viendo su rostro y notó lo cristalino de sus ojos. Miraba a la lejanía el agua que golpeaba en la arena.

-¿Estás bien? -Preguntó despacio.

Ravi, sin voltear a verlo, meneó la cabeza en afirmación.

-¿Puedo salir?

Leo tampoco respondió, solo quitó el seguro de la ventana y la corrió dejando así la brisa caliente entrar y golpearlos en la cara. Ese clásico olor a mar inundó sus narices.

Ravi se quedó quieto, Leo dio el primer paso y salió tomándolo de la mano y lo jaló hacia afuera.

Caminaron hasta las escaleras semi ocultas a un lado de la piscina y bajaron hasta quedar a un par de metros del mar. Esa parte de la playa era privada para las casas residenciales del lugar, por lo que estaba vacía.

-Quítate los zapatos para que sientas la arena.

Hasta ese momento el menor volteó a verlo, le sonrió de una manera espectacular. El corazón de Leo palpitó tan fuerte que sintió los latidos en su garganta, ese pequeño lo hacía perder la cordura.

TORTURADonde viven las historias. Descúbrelo ahora