Capítulo XXXVII

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Seis semanas...

Me sentía extraña aquí, en mi propia piel, en mi propio cuerpo. Necesito un escape, algo que me libere de este tan dolor que siento tan dentro de mi. Es como si nunca se fuese a ir, es como si ya fuese parte de mí.

Seis semanas habían pasado desde la última vez que estuve en su casa, desde la última vez que vi una foto de ella, de ellas.

En las semanas siguientes trate con todas mis fuerzas tomar mi ritmo de vida normal, pero no pude. Trate de ir a la universidad y actuar como si nada hubiese pasado, pero no fue nada fácil; todos me miraban diferente, con lastima. Las chicas que me molestaban de vez en cuando por ser quien soy ya no lo hacían, todos me miraban extraño y a veces, solo a veces, unos de ofrecían una sonrisa ladeada que no mostraba mas que perdida, mas que pena. Necesitaba que todo volviera a ser normal, que ya nadie fijara su mirada en mi con lastima, que no me miraran como la chica que perdió a su mejor amiga, trataba de ignorarlos como lo hacia antes, pero no me sentía fuerte.

Ya no era fuerte.

Deje de asistir a la universidad y empecé a tomar las clases Online, clases de las cual se encargaba de atender una empleada de Ian. Mi esposo, por otra parte, trataba de estar conmigo el tiempo posible y lo lograba, solo pasaba medio día en la empresa de su padre, pero no me dejaba sola, por las mañanas estaba mi madre o Jeremías acompañándome. Alentándome a seguir adelante, pero ¿Cómo lo hacia? ¿Cómo se podía salir de esto? ¿Cómo hacia que ese dolor tan inmenso se fuera?

Apenas y comía, mi peso siempre fue menor a los sesenta kilos, pero estaba pesando cuarenta y ocho y seguía bajando. No era mi intención hacerlo, no era mi intención preocupar a las personas que me querían, solo... solo, a veces... olvidaba comer. Me sentaba siempre en la misma posición, como en mi sueño. En la parte delantera de mi cama con mis rodillas en mi pecho abrazadas por mis brazos, ¿Y si en ese sueño querían decirme algo? Debía intentarlo al menos.

—Buenas tardes, pequeña. —Vuelvo mi vista hacia la puerta, donde el se encuentra. Limpio las lagrimas que se han escapado sin mi permiso y le regalo una sonrisa ladeada.

—Hola —Susurro, el camina a paso decidido hacia mi.

— ¿Quieres acompañarme por algo para almorzar? —Iba a decirle que no tenía hambre, pero no quiero ver esa mueca de preocupación en su rostro, no una vez más, no por mí.

— ¿Iremos a un restaurante? —Pregunto. Esta a mi lado, su brazo pasa por mis hombros y me tiene recostada a su cuerpo. Esta es la única parte donde me siento segura, junto a el.

Pero no quiero decírselo, no quiero hacerle perder el tiempo porque el tiene trabajo que atender, responsabilidades.

—Sera como tú quieras, podemos ir a un restaurante o pedirlo y comerlo aquí — Dice. Lo observo anonadada, ¿Qué hice para merecerlo? Es tan sorprendente, debajo de esa cara dura y esos tatuajes que algunos intimidan se esconde el hombre más maravilloso del mundo.

Me ofrece una sonrisa que ilumina un poco la oscuridad en la que estoy metida y no puedo evitar devolvérsela sin dejarlo de mirar a los ojos. Es tan sorprendente.

¿Y si el también me deja sola?

Mi sonrisa se borra de golpe y casi puedo asegurar que puse los ojos en blanco del horror que eso causa en mí.

—Lo que sea que te hayas imaginado, no va a pasar. Yo estoy aquí contigo. —Susurra y deja un beso castro en mis labios que trae paz y tranquilidad. A veces me pregunto como es que adivina lo que estoy pensando.

Destino 《EDITANDO》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora