¿Por qué narices se me da tan mal improvisar?

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Me levanté despacio, me sentía rígida. Fui caminando mientras ensayaba la que iba a decir:
《 - Hola, ¿podrías pasarme una manzana?
- Claro, pero, ¿por qué no la coges tú?
- Bueno, es que no me puedo acercar a los microondas, llevo marcapasos.
- ¿Enserio? ¿Y te duele?
- Ya no. Por cierto, no sé tu nombre.
- (Nombre x). ¿Y el tuyo?
- Amatista.》
Sí, era un plan perfecto, siempre y cuando saliera como esperaba.
Seguí caminando hasta la cola hasta que acabé detrás de él. Sentí como su aroma corporal entraba en mis fosas nasales y me aturdía.
Vi las manzanas rojas, ahora solo tenía que pedirle que me diera una, decir hola y lo demás saldría solo, solo di hola, solo hola.
- Hola - mi voz sonó ronca y sin fuerza.
Vale, ahora más alto
- Hola - lo dije más alto, pero aún así imperceptible.
Vale, ahora más alto aún, mucho más alto.
- ¡Hola! - medio grité.
Se dio la vuelta y me miró con su cara inexpresiva, debía de pensar que estaba loca o algo.
Quería seguir hablando, pero no podía, sus ojos azules me tenían anonadada. Una capa verdosa tornaba sus pupilas, luego un azul celeste cubría el resto del iris exceptuando el borde gris. Nunca los había visto tan de cerca, esto no entraba mi crocking, qué debia hacer. Da igual, da igual, tú sigue con el plan.
Entonces garraspeé y continué hablando.
- ¿Podrías pasarme una manzana roja? - las señalé.
- Em claro - dijo tímidamente.
Su voz sonaba grave y me hizo temblar y a la vez sentirme segura.
Cogió una manzana y me la lanzó.
Por suerte o por desgracia nunca he tenidos muchos reflejos y creo que él nunca mucha puntería, por ello la manzana acabó volando hasta mi cabeza, más exactamente en la cicatriz que tenía en la sien. El golpe me mareó, tuve la sensación de que me caía, y después no tuve más sensaciones.

Abrí un solo ojo, el derecho, me dolía la cabeza. La claridad me hizo daño y lo cerré rápidamente. Con los ojos cerrados me incorporé de donde fuera que estuviese. Estaba desorientada y mareada. Empecé a parpadear poco a poco hasta que conseguí abrir los ojos.
Estaba en la enfermería, sentada en una camilla, no había nadie en la habitación.
La verdad era que nunca había entrado en la enfermería desde que llegué a este instituto el año pasado, y no me alegraba de que hubiera habido primera vez.
Las paredes eran blancas, al igual que las camillas y las mesas, exeptuando una pizarra de corcho en la que había una lista infinita de nombres, era un sitio en el que era complicado ponerse bien.
Me puse de pie y salí sin más demora, no quería que la emfermera me alumbrara los ojos o que me acosara con preguntas como ¿Como te has dado? ¿Te duele mucho? O cosas por el estilo.
Pasé por el pasillo mirando al suelo, no sabía cuanto tiempo había estado inconsciente ni que rumores se podían haber extendido sobre mí.
Me refugié en el baño de chicas y cerré la puerta con llave, no preguntéis como la conseguí porque es una historia demasiado larga.
Bajé la tapa de uno de los retretes y me senté en él. Volví a sacar el libro y la pluma.
Ese libro apareció en mi vida, en cada momento de ella en el que pienso ha estado ahí, como mi confidente, mi consejero y mi hombro en el que llorar.
Si, lo tengo asumido, es un libro y no una persona, pero siento que él es en quien único puedo confiar. Además por si no se había notado mi capacidad de tener sentimientos es bastante limitada y la de expresarlos, nula. Con él me desahogo y me siento mejor.
Lo abrí con cuidado y empecé a escribir con la pluma que parecía no necesitar tinta:

La Chica De Los Ojos Violetas #NDAWARDS2016 #ColorFulAwards Donde viven las historias. Descúbrelo ahora