Desesperada

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- ¡Alex! - grité - ¿Cómo se te ocurre invitarlos? Mucho de ellos son mayores de edad.
- Tranquila - me habló como si fuera una niña pequeña, lo odiaba -, les he dicho que no armen ningún follón o sino se les acaba el cotarro - señaló hacia atrás con su pulgar.

Simplemente resoplé y esperé que obedecieran. No quería problemas.

Tras unos segundos mirándola me di la vuelta y fui a coger mi refresco.

Con tanto jaleo y ruido me había estresado, y cuando me estreso, me da por tomar cosas duces, y lo más dulce y cercano que había era una botella enterita hasta arriba de Clippers de fresa.

Me la bebí entera de un trago.

Como os imagináis, tuve que evacuar toda esa cantidad de líquido.
Fui al baño, puede que el local estuviera bien decorado, pero el servicio era más cutre imposible.
Si debía de hacer tres siglos que no se limpiaba el espejo, no quiero ni pensar en como estará el retrete.
Ni siquiera me detuve a comprovarlo.

Por este motivo decidí aguantarme hasta que fuera extremadamente necesario, aunque, igualmente me lavé las manos, no quería que alguien me viera y que pensara que no me lavaba las manos después de ir al baño.

Vaya, mi físico está cambiando tanto mi forma de pensar que hasta me importa lo que piensen los demás sobre mí.
Pero hay que admitirlo, por una vez no está nada mal que la gente te mire y piense que eres guapa.

Salí del baño y vi a uno del grupito de repetidores, estaba en la puerta del baño de chicos.
Pareció no percatarse de mi presencia hasta que, al cerrar la puerta, hice algo de ruido y posó sus ojos en mí.

Era alto y musculoso, y tenía un cigarrillo en la mano.
Me medio sonrió y me miró de arriba a abajo.
Me dio mucho asco, tuve ganas de sacarle los ojos de las cuencas como en aquellas películas policíacas, pero me sentí indefensa cuando salieron dos chicos más del baño.

- Hola guapa, ¿estás sola? - se acercó el del cigarrillo.

Sentí como la sangre se evadía de mi rostro, quedándose totalmente blanco.
Vale, he dejado de querer que la gente piense que soy guapa.

- No - mi voz sonó menos fuerte de lo que quisiera.

Se rieron.

- ¿Y con quién vienes? - preguntó el más robusto de los tres.

¿Qué podía decir? ¿Lucas? Ni siquiera si pido ayuda también a Alexadra podríamos con ellos.

Frente a la desesperación, dije lo primero que se me pasó por la cabeza.

- ¡Papá! - grité con todo el aire de mis pulmones.

Dejé de gritar cuando me empezaron a arder los pulmones por la falta de aire, o por el hecho de haber recordado a mi padre.

- Tranquila - susurró el que no había hablado hasta ahora - sólo preguntábamos.

El callado y el robusto se fueron rápidamente, pero el cigarrillo continuó ahí, mirándome.

- Era un farol, ¿verdad? - se rio.

Se acercó con andar despreocupado, yo corrí por un pasillo que su final desconocía.
Él también corrió detrás de mí.

Mientras buscaba una salida desesperadamente, sólo podía pensar en tres cosas: el eco de las pisadas que cada vez estaban más cerca de mí, no caerme con los tacones que me torcían los tobillos y el dolor que suponía no tener a mi padre cerca.

Después de cinco años, aún no lo había superado, y todo porque fue culpa mía.
Fui yo quien, por mi torpeza, le frené y le hice morir.
Fui yo quien, por no querer una estúpida fiesta de cumpleaños, le llevé hasta el bosque y le hice morir.

Las lágrimas me nublaban la vista, como aquella vez.

Ojalá acabara este dolor.

Ojalá me cayera, ojalá me diera un golpe en la cabeza y perdiera el conocimiento.

Pero eso no ocurrió.

La Chica De Los Ojos Violetas #NDAWARDS2016 #ColorFulAwards Donde viven las historias. Descúbrelo ahora