Reencuentro

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Abrí el libro y saqué la pluma por pedante que ya me resultaban esos pasos.
Miré la pluma, por algún extraño motivo sentí admiración por su brillante tinta, parecía salir desde dentro de la pluma formando una perfectamente redondeada gota que se iba resbalando hacia mis dedos por el efecto de la gravedad.
Quedé tan embelesada que no pude desviar la atención de la tinta hasta que sentí los dedos llenos de ella.

Nunca entenderé porque hice lo que hice, ni siquiera tuvo sentido en ese momento, lo único que sabía era que la tinta tenía un sabor amargo.
Sí, me metí los dedos manchados de tinta en la boca.

Tras esto parpadeé, pero ya no estaba en mi habitación, estaba en el bosque. Alguien me agarraba de la mano, mi padre.
Era mucho más real que en mis sueños, sentía el viento en la cara, también me sentí mucho más bajita, pero seguía siendo tan racional y mentalmente fuerte como con mis quince años.

Seguí corriendo, iba más rápido de lo que había ido nunca. No sé cuanto tiempo llevaba corriendo, desde lo de mi cumpleaños me había vuelto una atleta de mucho cuidado.
Notaba como mi padre aligeraba el ritmo. Yo tiraba de él, lo suyo no era el deporte, por algo era científico, no deportista.
Seguí corriendo y corriendo, las pisadas que oímos parecían cesar, lo había logrado, no me había caído.

Entonces sentí que despertaba de un sueño produndo.
Parpadeé varias veces, aún estaba en trance con aquella alucinación. Aún tenía la mano en la boca, pero rápidamente la aparté.

Miré mi habitación, ya no estaba pintada de negro y violeta, sino de rosa palo. Tampoco llevaba la ropa que me había puesto esa mañana, recuerdo que había elegido un pantalón corto negro con unas medias negras rotas, una blusa violeta, mis botas y el colgante con la amatista; ahora llevaba unos vaqueros extramadamente cortos a pesar de ser invierno, tanto que se me veía parte del trasero, y una sudadera y unas playeras de marca, yo nunca me compraría algo así. Aún llevaba el colgante, era lo único que no había cambiado.

Me miré por un instante en el pequeño espejo de mi dormitorio, mi pelo también había cambiado, me lo había dejado crecer hasta la mitad de la espalda y también había perdido sus ondas y matices dorados.

Estaba a punto de rectificar el cambio cuando oí una voz masculina que no era de Sergio. Era mucho más grave, tanto que me produjo escalofríos.

- Amatista - mi nombre en sus labios encajaba a la perfección -, vamos, ya es tarde.

Me dirigí hacia la puerta como si de un imán se tratara y yo fuese de metal. La abrí si hacerme de rogar y, allí estaba.

Tenía el cabello castaño, enclareciodo por las canas, alborotado, y la barba de tal manera que raspase. Los ojos grises seguían tan chispeantes como recordaba, aunque el efecto disminuía por las bolsas que se le habían formado bajo los ojos. Su sonrisa fría, aunque acogedora para mí.

Nada más plantarme delante de él, le di un abrazo, de esos tan apretados que sientes que se para el tiempo.
Notaba como se me humedecían los ojos, pero, no se ni como, conseguí contener las lágrimas.
Después de tanto tiempo, por fin estaba conmigo.
Por fin sentía el tacto de su piel, suave y áspera al mismo tiempo, y su olor, como describirlo, ¿olor a padre nuevo?

- Te he hechado de menos - dije con voz nasal.
- Pero si solo llevas unas horas sin verme - se rio.
- Para mí han sido años - sentí que se me cortaba la voz.

Entonces oí a mi madre detrás de mí.
- Cariño - me llamó.

Me di la vuelta y la miré. Parecía, feliz. Tenía el pelo por los hombros, ya no tenía ese delgado anoréxico y estaba sonriendo.
No pude evitar sonreir también, todo era como antes, perfecto.

- Le he dicho a tu hermana que te esperara, pero ya sabes como es, odia llegar tarde, y parece que a ti te encanta - puso los ojos en blanco.
- ¿Hermana?

La Chica De Los Ojos Violetas #NDAWARDS2016 #ColorFulAwards Donde viven las historias. Descúbrelo ahora