Prólogo

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Siempre he pensado y siempre pensaré que el mundo no está bien hecho. Para empezar, y una de las cosas más obvias, los mayores placeres que el ser humano se pueda permitir o están prohibidos o nos hacen daño, segundo y algo menos importante puesto que pocas personas se lo plantea, las mentiras, tanto si le dices a tu madre que ese rayón de la pared no lo has hecho hasta lo que el gobierno nos oculta o niega, y lo tercero y a su vez lo menos importante si seguimos midiéndolo con los planteamientos de la gente, el destino, para qué estamos hechos, parece una pregunta que nos hacemos todos los días, pero su respuesta nos presenta una gran dificultad. Sobre el destino y el sentido de la existencia hay bastantes teorías: la religión, la moral...
-¡Amatista! - dijo don Francisco mientras daba un golpe en mi mesa intentando sobresaltarme, cosa que no consiguó - ¿se puede saber dónde estabas?
- En la clase - respondí extrañada aunque entendí a lo que se refería.
- Físicamente, porque mentalmente estabas vete tú a saber dónde - dijo con tuno burlesco.
- Usted no puede saber donde está mi mente, así que me está acusando sin ningún tipo de prueba - le seguí el juego y arqueé una ceja.
- Bueno - cambió su cara a una algo indignada, debió de sentirse desafiado, adoro desafiar a la gente - si es que estabas aquí no te importará recitarme un fragmento de Cantos Íberos de Gabriel Celaya.
- Por supuesto - dije con una sonrisa pícara y recité:

Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural para los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta marcharse.

El profesor me miró sorprendido y se tocó su cabello negro en muestra de asombro.
- Perdone señorita Amatista - me gustaba que usaran ese término conmigo, mostraba respeto y superioridad al mismo tiempo - bueno continuemos con la clase - cambió de tema rápidamente, espero que recuerde el día en el que subestimó a Amatista y salió mal parado.
Y no, no es lo que estáis pensando, no tengo poderes mentales con los que pude memorizar fotográficamente el poema. Simplemente rodé mi asiento de tal manera que pudiera ver la pizarra digital y que pareciera que miraba al profesor, pura matemática e ingenio, nada del otro mundo.
Sentía como los minutos se hacían horas en geografía y no paraba de mirar el reloj. Por fin llegó la hora en la que el profesor pronunció mis palabras favoritas: bueno, ya es la hora, salid al recreo.
Me senté en la cafetería sola, aunque no duró mucho, enseguida llegó Alexandra, mi mejor amiga.
Ella siempre me había resultado muy guapa, sus ojos verdes, su pelo castaño largo y liso, su piel blanca como la nieve y su estatura de ocho centímetros más que yo. En cambio mi físico es todo lo contrario, mi cabello es de un tono café con mechas doradas y mi piel está tostada por el sol, lo único exótico de mi son mis ojos, son violetas

La Chica De Los Ojos Violetas #NDAWARDS2016 #ColorFulAwards Donde viven las historias. Descúbrelo ahora