La nieve apaga el dolor

4.1K 291 17
                                    

Salí del metro tocando la pared, con las uñas de mis manos sin arreglar.
Salí ha aquel lugar, con un toque más rústico en las casas y demás construcciones y objetos, y algo más de humedad y frescor en el aire.

Siguiendo el mapa, llegué a la pintoresca plaza desde la cual se podía visualizar un frondoso bosque de altos pinos, que hacían que respirar no fuera una tortura como en las ciudades

Miraras donde miraras veías niños correteando y sus madres tras ellos, adolescentes pasándolo bien con sus amigos, típicas familias de cuatro miembros paseando, ancianos jugando al ajedrez. Todos con sus rasgos nórdicos. Sus pieles pálidas, sus ojos azules, su pelo rozando los extremos del rubio al negro.

Me sentía como una extraña allí, me sentía extraña hasta en mi propio cuerpo, en mis propios pensamientos.
Está no era yo, me había acostumbrado a tener pensamientos poco frecuentes en mí y había aprendido a amoldarme a esta cabeza.
Mi vida había vuelto casi a la normalidad, mi mejor amiga volvía a ser Alexandra, había dejado el equipo de animadoras, bueno, me habían echado, el nuevo director es genial, mi ropa está volviendo a adquirir sus originales tonos negros, desde que salga de aquí volveré a cortarme el pelo. Ya está, mi vida sería como antes, sólo que ahora no vivía atormentada pensando que mi padre había muerto por mi culpa.

Si a penas darme cuenta iba adentrándome en el bosque.

En un bosque empezó todo.

En un bosque cambió mi vida, en un simple hecho han cambiado demasiadas cosas.
No quería volver a mi antigua vida, quería tener a mi padre, quería que mi madre no hubiera pasado por psicólogos, quería tener a mi hermana.
Yo sólo quería ser feliz.

Volví a centrarme en el bosque, miraba los pasos que daba con detenimiento, y no para no tropezar, sino para evitar que se derramaran algunas lágrimas de mis ojos, que luchaban por salir.

Tocaba los arboles, arañando mis manos con la rubosidad de la madera.

Sentí que algo tocaba sobre mi cabeza, acabando en la capucha de la sudadera, cogí el lijero objeto. Una piedrecilla de hielo se derretía entre mis dedos.
Miré hacia arriba y pude contemplar la nieve caer sobre mi cara, mis hombros y como cubría el suelo y las copas de los pinos.

Los copos helados quemaban mi piel, pero era un dolor placentero, un dolor que aliviaba todos los demás sentimientos, un dolor que me hacía sentir viva.
Quizás el dolor dolor sea parte de nuestras vidas y nuestro destino.

La verdad era que me sentía como en una balanza que con cada suceso variaba de decisión
Necesitaba una salida, algo que me hiciera decidir si cara o cruz.

Una fuerte fatiga me recorrió el cuerpo, llevaba mucho rato ignorando los rugidos de mi estómago y la sequedad de mi boca.

"Debo volver a la plaza, allí compraré algo de comer", pensé ingenuamente, aunque ese pensamiento se desvaneció rápidamente al mirar a mi alrededor y darme cuenta de que me había perdido.

- Genial Amatista, eres tan inteligente que no has sido capaz de usar algún método a lo Hansel y Gretel - dije irónica en voz alta.

La única solución era caminar y caminar hasta que ocurriera una de las siguientes cosas: encontrar la salida o perderme aún más.

- ¿Cómo he podido perderme en un bosque otra vez?

Seguí hablando sola, creo que era la única forma de mantener la cordura, más o menos.

- ¿Y cómo se me ocurrió venir a Ucrania sola? ¿En qué momento de mi vida pensé que era buena idea?

Caminé durante horas, la nieve seguía cayendo, acumulándose en el camini y dificultándome el paso.
Suspiraba cada vez que mi reloj de mano emitía un pitido que indicaba que había pasado una hora.

04:00 p.m.

05:00 p.m.

06:00 p.m.

Justo después de esa última alarma pude ver algo de luz a lo lejos.
Sin pensarmelo dos veces fui corriendo hacia el lugar, tirando la mochila por el camino para aligerar peso.
Nunca había corrido tan rápido, bueno, sólo una vez, hace cinco años en un bosque muy parecido a este.

La luz se iba haciendo más grande según me acercaba, hasta que pronto distinguí una pequeña cabaña de madera.

Cuando al fin la alcancé, con la respiración entrecortada, toqué la puerta.

Esperé unos segundos hasta que una mujer de unos veinte y pocos años, cabello rubio y ojos violetas abrió la puerta.

La Chica De Los Ojos Violetas #NDAWARDS2016 #ColorFulAwards Donde viven las historias. Descúbrelo ahora