Atrapada

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Me puse el vestido y en los bolsillos de mi chaqueta de cuero guardé las armas y el mapa.
Estaba a punto de salir y emprender el viaje hasta que mi madre me pilló.
- ¿A dónde vas cariño? - diio desde la cocina.
Tenía que pensar rápidamente en algo, si tuviera mi libro no hubiera pasado esto.
¿Qué le podía decir? ¿Qué tal la verdad?
- Tengo una cita.

Es la verdad, tengo una cita, bueno dos, que más da.

Entonces dejó lo que fuera que estuviera haciendo y me agarró de los hombros.
- ¿Cómo se llama? ¿Es guapo? ¿Saca buenas notas? ¿Es buen niño? ¿No será un macabra? ¿Cuando voy a conocerle? - parecía que se le iban a salir los ojos de las cuencas.
- Mamá, es una cita, no una boda - dije abriendo la puerta, se me estaba haciendo tarde.
- Sergio - gritó mi madre.
<No> pensé.
Sergio vino de inmediato.
- Amatista tiene una cita.
No pude evitar poner los ojos en blanco, necesitaba salir de allí, ya.
- ¿A dónde vas a ir? - preguntó arqueando una ceja.

Su pregunta me incomodó, Segio era capaz de buscar el horario del teatro para ver a que hora empezaba la obra.
Debía ser prudente con lo que fuera a decir, cualquier paso en falso haría que me quedara sin libro, y sin móvil durante mucho tiempo.

- Voy al teatro - saqué un pie de la casa.
- ¿Qué vas a ver? - se acercó.
- Romeo y Julieta - saqué el otro pie, quedándome fuera.
- ¿A qué hora estarás aquí? - se puso en la puerta.
- Sobre las once.
Seguramente llegaré antes, pero si decía que llegaría a las once y volvía a las diez y media, parecería más responsable.
Cerré la puerta antes de que hiciera más preguntas.

Caminé siguiendo el mapa. Hechaba de menos mi libro, recordé la primera vez que lo usé.

Hacía un par de días que había cumplido los doce años.
Estuve más de un año sin mirar ese libro.
Lo había escondido debajo de mi cama.
Fue duro, todos los niños le tenían miedo al monstruo de debajo de la cama, pero yo le temía al libro de debajo de la cama.
Ya casi me había olvidado de él, hasta un día que me tropecé con la silla de mi escritorio y me caí.
En el suelo vi un destello dorado debajo de mi cama, enseguida supe lo que era.
Me lo pensé como una hora (seguramente fuera menos pero eso me pareció).
Finalmente me decidí y lo abrí, pensé que ya era mayor para estúpidos miedos de niñas pequeñas.
Cuando lo abrí quedé extrañada porque no había nada escrito.
- ¿Enserio que le incrustan una bala en los sesos a mi padre por un libro en blanco? - dije indignada con mi infantil vocabulario - pues lo voy a usar como diario - me senté en la cama y saqué la pluma - todas mis amigas tienen uno menos yo, aunque si me preguntan diré que me lo compré antes que ellas, pero que no lo dije para que no se copiaran.
En la primera página puse el nombre de mi madre, no estoy segura de porque, una mezcla de inocencia e instinto:
Elizabeth Carrasco Mendizabal.
Entonces descubrí el poder del libro.

Estaba ensimismada con la historia, tanto que no me di cuenta de que había olvidado girar a la derecha en una de las calles, así que retrocedí.
Cuando di un par de paso en la oscuridad, ya que como estaba en invierno oscurecía más temprano, choqué con alguien.
Sentí como se me aceleraba el corazón ayudado de un marcapasos, pues esa figura me tenía presa.
No sabía quien era, ni que hacer para no descubrirlo nunca.
Entonces le di una patada en la canilla que lo paralizó el tiempo suficiente para liberarme de sus brazos, pero no el necesario para poder huir.

La Chica De Los Ojos Violetas #NDAWARDS2016 #ColorFulAwards Donde viven las historias. Descúbrelo ahora