Cuarenta y uno

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Capítulo 41: No era tampoco, tan, TAN cliché mi vida.

—Hola —dijo él.

Tragué saliva, mi interior no decidiendo si debía saludarlo normal, ser irónica, o golpearlo.

—¿Qué necesitas? —pregunté cruzándome de brazos, y mirándolo firme.

En sus ojos se vio una impresión de dolor, por el rechazo desde luego. Angelo bajó la cabeza y golpeó con el pie derecho inseguro.

—Yo... —titubeó levantando la mirada— quiero hablar contigo Rossana.

Yo alcé las cejas e hice una mueca de irónico asombro. Bastó con verle este tiempo para que la sangre se me convirtiera en magma.

Mira un poco, a buena hora Angelo Caturelli.

—Yo... quiero pedirte disculpas por cómo fui, —dio una pausa — Rossana, yo... te extraño.

Su tono de voz me acarició, y me abrigó en una tarde de invierno.

Menos mal hoy era otro día de calor en este país.

Puede que yo también te extrañe, ¿sabes? Pero así no son las cosas. Así no son los buenos amigos.

—¿Qué se supone que hago ahora? ¿Te digo que yo también te extraño y corremos en busca de un arcoíris en nuestros unicornios mágicos?

Aunque puras estupideces hayan salido de mi boca, mi tono no tenía el más mínimo intento de gracia.

—Puedes empezar por abrirme la puerta.

Puedes empezar por golpearte repetidamente la cabeza con una pala.

—¿Por qué debería?

—Porque vine hasta acá y no es precisamente a lado de casa. —Me sonrió.

—Hugo viene mucho y no se queja nunca de la distancia.

Angelo desvió la mirada de mí y la mantuvo en su mellizo cuando habló.

—¿Me vas a abrir o no?

Suspiré, le ordené que espere y fui a traer las llaves.

Hugo se encontraba recostado en la pared, la mirada fija en su mellizo, y apostaba que si lanzaba una fruta en frente de él, su mirada la cortaría a lo Fruit Ninja.

Retiré las llaves que estaban en la cerradura de la puerta, y fui con el manojo hasta Angelo. Le abrí el portón y él entró a mi casa por primera vez en casi un mes.

Ni de por si acaso permití cualquier asomo de cercanía, cerré el portoncito y con un "vamos", lo invité a que me siguiera.

Hugo, sorprendiéndome, agarró mi mano cuando pasé a su lado, y entrecruzó sus dedos con los míos. Y vaya que me hizo sentir bien, lo necesitaba. Causó que lo mirase con una sonrisa, que me fue devuelta, y nos dirija a uno de los sofás grandes.

Angelo cerró la puerta tras de sí, y fue a sentarse en uno de los sofás que son para una persona nada más, de cara a Hugo y yo que nos sentamos uno a lado del otro, aún con las manos unidas.

La mano de Hugo me daba seguridad y provocaba que mi corazón se salte latidos.

Hugo estaba al tanto de todo, de lo cercanos que Angelo y yo éramos hasta hace un mes, de lo mucho que nos veíamos y compartíamos, de lo dolida que yo estaba con él y de todo lo que opinaba sobre ese asunto. Hugo y yo éramos honestos el uno con el otro, fue por ello que no se necesitó ni una explicación de problemática cuando el fanboy se dignó en aparecer hace unos minutos, ni una escenita de celos, nada más que su apoyo y las fuerzas que me transmitía con cada apretón de manos ocasional.

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