XXXV

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Si ayer había sido mi peor día, éste fue un paseo por el infierno. No tienen idea lo que fue conducir con un muerto en la maleta.

Después de que Bart usara el mapa para limpiar su trasero tuvimos que recorrer las calles desiertas y oscuras de Tijuana. Además, el celular de Bart estaba muerto y yo no traía el mío. Lo sé ¿Qué tarado salía sin celular? Buscábamos un hotel, un local, algo. Pero no había más que chozas simples que parecían al borde del derrumbe. Los ojos de Bart se cerraban y decidimos dormir en el auto. El se avivó y durmió en el asiento trasero, antes cerró las puertas con llave y la guardó en su bolsillo. Yo recliné el asiento lo más que pude. Bueno, lo más que la panza de Bart me permitía.
Intenté cerrar los ojos pero la situación no me dejaba. No dejaba de pensar. Qué iba a hacer, cómo saldría de allí, cómo hacía para avisar a los demás. ¿Me estarían buscando? ¿No le importaría a Alf? Y Hannah. Sí, la extrañaba, la necesitaba. Quería estar con ella ahora. Quería dormir abrazándola como había hecho antes. No quería perderla así, por estupideces y malentendidos. Estos días la había echado de menos. No hacía nada en casa, no salía, no me escapaba. Hasta había hablado Roxi-Dori-Ana. Sí, había llegado a tal punto. Obviamente nadie quería contratar al problemático. Además, aún faltaban semanas para Maze Runner tres, hasta entonces no había planes.
Después de un largo rato los párpados comenzaron a pesarme y el sueño me venció.

Desperté con una contractura de cuello insoportable, un dolor de espalda por el cual parecía un anciano caminando y con las rayas del asiento marcadas en la cara. Miré en el asiento trasero y Bart no estaba allí. Corrí la vista y lo encontré orinando de espaldas al auto. Linda vista.
A nuestra izquierda, se encontraba la costa de Tijuana y a nuestra derecha, las casas andrajosas. Bart se limpió sus manos con los costados de sus jeans y entró al auto.

-Pregunté a un anciano de aquí. Y dijo que tenemos que ir diez kilómetros más adelante.

-¿Para qué?

-Para llevarte al lugar donde Jackson me dijo.

-¿Y qué es ese lugar?

-No lo sé. Tal vez haya nachos.

-Tengo una mejor idea, ¿Por qué no regresamos y te lavas los dientes?- olía verdaderamente mal. En realidad, todo él olía mal.

-Tú aliento no es mejor que el mío.

-Apuesto que sí.

-Tu aliento, podría matar a una anciana.

¿En serio? Él quería pelea, iba a tener pelea.

-Pues, tu aliento podría matar a los doce nietos de la anciana.

-Y el tuyo, mataría a su perros.- su tono de voz se alzó.

-Y el tuyo, incluyendo a los del vecino y al vecino.

-Y el tuyo, a los amigos del vecino.

-Tú con ese aliento putrefacto matarías a cualquiera y cuantos quieras.-rematé.

-Eso no se vale.

-Claro que sí.

Bart puso las manos sobre su boca y aspiró su aliento.

-De verdad huele asqueroso. Eres cruel.

-Cruel es bueno- dije guiñándole un ojo.

Bart negó la cabeza.

-No entiendo.

-La película.

-No entiendo.

-Mi película.

-No en...

-Déjalo.- lo interrumpí. No podía haberme tocado un raptor más idiota.

Anduvimos por las calles recorriendo esos diez kilómetros y éstas se volvieron barrosas y con charcos. Además había perros que pasaban ladrando y niños que jugaban en las calles.

Enamorada del Sr. O'BrienDonde viven las historias. Descúbrelo ahora