XXXII

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El peor día de mi vida continuó con un hermoso y divertido viaje a Tijuana a bordo del auto del que se suponía que debía ser mi secuestrador.

¿Pelear con Jackson? Éste idiota era menos idiota de lo que yo pensaba.

-¿Pelear? No quieres pelear. Está bien, entonces ¿Por qué no vas a tu casa y yo a la mía? Problema resuelto.-dije tratando de zafar de la situación.

Jackson me tomó de la chaqueta y me miró furioso.

-Tú no te irás a ningún lado. Vienes conmigo. Sube al auto.

Me empujó al asiento trasero del auto y cerró la puerta en mi cara. Cuando comenzó a conducir, el miedo me dejó inmóvil. No por el hecho de que no sabía a dónde me llevaría, sino porque el bien maldito no respetaba ni por asomo las señales. Sabía que a donde fuese que fuéramos, no llegaríamos vivos. En tres cuadras, Jackson causó dos accidentes por andar en contramano, casi pisa a una anciana por cruzar en rojo, no respetó el límite de velocidad y rompió los espejos laterales de dos autos.
Dejamos el pueblo y entramos a la ruta. Ésto no era bueno.
Me incorporé en el asiento y puse una mano en su hombro.

-Jacky, amigo, ¿A dónde nos llevarás hoy?

El me miró por el espejo retrovisor y sonrió de lado. Rayos.

-Visitaremos Anaheim, amigo.

Ya no era broma, me estaban secuestrando. Me tendrían en Anaheim un mes sin comida ni agua y luego pedirían recompensa por mí, y después de pagarles me matarían, y después mi cuerpo sería lanzado a algún arroyo y se lo comerían las ratas y....¿Las ratas nadan?

-No te mataré, si es lo que piensas....

-¿Y por qué me llevas a Anaheim? Digo, tenemos cerca Las Vegas, Long Beach, y hasta San Diego está de paso, ¿Por qué iríamos allí?

-Conozco a un amigo.

No tenía celular, se habían robado mi auto, tenía sueño y hambre. A parte de eso me encontraba con un tipo que parecía un loco psicópata conduciendo el auto. No había por qué alarmarse.
Nos detuvimos en Anaheim, una ciudad que estaba a treinta minutos de L.A.. Jackson aparcó el auto en frente a una casa que parecía venirse a bajo y me dejó dentro del coche.
Vi que se acercó a una persona que al parecer lo estaba esperando. Ambos estaban en la vereda hablando y riéndose a veces. Luego de lo que parecieron diez minutos, Jackson subió a otro auto y se fue. Ésto no podía ser posible, me había dejado con ese extraño en un lugar extraño en un auto que tenía las puertas trabadas. Intenté golpearlas para salir pero obviamente fue en vano.
El otro tipo con el que Jackson estaba hablando se acercó al auto y entró. Tenía al menos 10 kilos más que el otro chico y llevaba una barba al estilo Santa Claus. Tenía rizos y aparentaba ser de mi edad. Si no hubiera llevado un arma, habría jurado que se veía hasta adorable.

Sacó un arma del bolsillo de su campera y yo supe que era mi fin. Moriría allí y sin ganar un Oscar. El gordo abrió la guantera y la guardó dentro. Una gota de sudor bajó por mi frente.
Se giró a verme y sonrió de lado.

-Hola, soy Bart y me encantan los nachos- dijo estrechándome la mano.

¿Éste sería el tipo que me mataría? Yo tenía más pinta de asesino que él.
Asentí.

-¿Tú como te llamas?

-Soy Dylan....y también me gustan los nachos....

Ésto sí era extraño. Pero tal vez era más fácil librarme de él que de Jackson.

-¡Qué genial! Tengo en casa, ¡Y también queso!

-Sí,.... Qué bueno.- mascullé. Estaba confundido.

Enamorada del Sr. O'BrienDonde viven las historias. Descúbrelo ahora