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Cuando Dylan me dejó allí varada en la mitad de la calle en un lugar que ni conocía, le di mil gracias a Dios que en frente haya una casa de taxis. No fue muy difícil seguir a aquel auto, ya que solo había un Porsche azul en esas calles.
No podía creer que me dijera que no. ¿En dónde estaba el Dylan amistoso, amable y chistoso que yo creía que encontraría? En cambio uno frío y sin corazón me dejó varada en su hotel por segunda vez.

Escuché a la recepcionista diciendo que su habitación era la 560, obviamente no me iba dejar entrar yo no era de ahí y tampoco tenía reservación.
Pero cuando le dije que quería trabajar allí como mucama me abrió las puertas con sonrisa. Dijo que no había muchas ya que se iban a causa del "mal trato que recibían" haciendo comillas con los dedos.
Le pedí insistentemente que me dejara el piso 5. Me dijo que allí las mucamas evitaban ese piso a causa de la habitación 560, que solía cambiarlas a menudo. Luego me enteré que en esa de hospedaba Dylan.
¿Qué pasaba con él? De verdad era así: alejado y sin respeto o amabilidad. ¿Lo seguía queriendo? Obvio, era Dylan O'Brien. Con su belleza bastaba.
Lo malo era que mi turno era de 4 de la tarde a 12 de la noche. No iba a poder seguir en ese mismo turno cuando empezara la universidad.

—Quiero sábanas nuevas, blanco perla las de abajo, pero las de arriba las quiero negras con rayas finas rojas, esas de ahí—dijo Dylan señalando unas sábanas que tenía en mi carrito.

Alicia, la otra mucama, se había ido a la siguiente habitación dejándome ésta a mí. Según ella, ésta era la peor y tenía razón.

—También toallas nuevas. Quiero azules.

—No traje de esas, solo tengo blancas en el carro.—Le dije mientras le cambiaba las sábanas de la cama.

—Bueno, yo quiero azules.—se empeñaba en ser más odioso cada vez, pero no iba a lograr lo que quería, él quería que lo odiara, que me alejara de él, pero no iba a conseguirlo.

—No, te pondré blancas. ¿Qué importancia tiene el color? De todos modos todas secan por igual.

—Azules.

—Blancas. —Ya había terminado con la cama.

—Azules. —fui al baño y puse las blancas—¿qué no escuchas?

—No hay azules. Confórmate con lo que hay. No siempre puedes tener lo que quieres. Valora lo que tienes chico rico. Quieres enojarme para que deje éste maldito trabajo pero no lo haré. Necesito el dinero.

Era cierto, la universidad había salido cara, y debía compensarles a mis padres. Además eran 5 años. El dinero que tenía no duraría para siempre. Y también quería molestarlo a él. Era muy lindo enojado.

—Alf—un hombre mayor se acercó a la puerta del cuarto.— prepara algo tengo hambre.

—¿Tienes asistente? ¿Vino con la habitación o lo alquilaste?—le pregunté.

—Él estuvo conmigo desde los 17 años. Y si es mi asistente. Ahora sigue trabajando, hay ropa que debes llevar al lavandería.

—¿Esto tiene lavandería?

—¿Trabajas aquí y no sabes ni lo que tiene?

—No se si sabías que es mi primer día. Y no soy tu sirviente.

Puse su ropa en un canasto y me dirigía a salir, pero ese tal Alf había traído la merienda más grande que había visto jamás. Una torta de chocolate, tostadas con dulce y otras con mermelada, leche, jugos, y galletas de infinitas variedades. No había almorzado y moría de hambre. Alf dejó las bandejas sobre la mesa del comedor y Dylan se sentó en una de las sillas.

—¿Vas a comerte todo eso?

—No se, tal vez si sobra se lo de al perro.

—¿Y si yo soy el perro? No he comido desde el desayuno.

—Vamos Dylan, deje que se siente.— dijo Alf—Después de todo soportó bien tus ordenes molestas e innecesarias. Toallas azules? Sabes que no hay de esas aquí.-Dylan bufó .

—Está bien-aceptó— sientate. ¿Puedes comer durante el trabajo? No será muy bueno si estás en período de prueba, menos es tu primer día.

—¿Ahora te preocupas?—dije mientras me sentaba a su lado.

—Sólo digo que si se enteraran...

—Ni se te ocurra. —Él río.

Era la primera vez que lo veía hacerlo, bueno, al menos en persona, era hermosa, la sonrisa más hermosa. Él era perfecto aunque tuviera un humor de perros, era perfecto.

Comí todo lo que me entró, estaba exquisito. Dylan comió poco, tal vez cuidaba su figura. Yo tenía hambre y demasiada.

—Pensé que las mujeres se cuidaban— dijo mirándome cuando iba a comer la segunda porción de torta.

—La comeré igual. Estos días he caminado más de lo que te imaginas. Y con este trabajo no comeré casi nada. No me pondré gorda por comerla.

—Como digas.

Tocaron la puerta.

—¡¡¡Hannah!!! ¿Estás ahí? Apresúrate, ¡aún te quedan dos habitaciones!

—Es Roxi—murmuró Dylan.

—¿Roxi? Su nombre es Sally.

—Es lo mismo.

Salí de la habitación y me dirigí a las habitaciones restantes. Por suerte Alicia había hecho la mayoría del trabajo.
Llevé la ropa a lavar, tuve que aprender a usar las lavadoras, separar la ropa de color, sin confundirla con las de otras habitaciones. Luego tenía que devolverla devuelta a sus dueños. Super agotador. El trabajo llevaba horas. No tenía reloj, pero suponía que al menos había estado 5 horas en aquel sótano de la lavandería.

Al fin se hicieron las doce. ¡Iría a casa a dormir! Y Dylan me llevaría.
Dejé su ropa para el final y se la llevé cuando mi turno terminaba.

—No puedo creer que entres a trabajar a este hotel para que te lleve a tu casa—me dijo al verme.

—No eres el centro del universo.

—Claro que sí. A propósito Alf nos llevará.

—De acuerdo.

Me cambié el traje de mucama y volví a usar mis jeans viejos y zapatillas, qué cómodo.

Dylan me esperaba afuera con el precioso auto. Alf conducía y Dylan iba sentado a mi lado en la parte trasera.
Por la ventanilla podía ver la hermosa ciudad de Los Ángeles. Era realmente maravillosa. Y de repente el auto se detiene en frente de un restaurante, sin duda muy lujoso y caro.

—¿Qué pasa?—preguntó Dylan.

—No lo sé, se ha parado.—responde Alf.

Era muy malo mintiendo.

—Eso ya lo se.

—Tiene gasolina, tal vez sea una goma o el motor, usted sabe que no tengo idea de autos.

—Maldición.

—¿Por qué no cenan en ese hermoso restaurante mientras yo llamo al seguro? Es sábado a la noche y hay mucho tráfico tardarán en venir.—Alf me guiñó el ojo.

Empezaba a amar ese anciano.

Enamorada del Sr. O'BrienDonde viven las historias. Descúbrelo ahora