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Capítulo 11

Terminamos apartándonos cuando ya nos faltaba el aire. Busqué prolongar más el momento; mis manos comenzaron recorrer su cara, memorizándola y mis ojos se perdieron en los suyos. Tal vez pasaron segundos, tal vez minutos pero no bastaban ni años para cansarme de él. Estaba ya llorando mientras me negaba soltarlo y él estaba asustado y confundido.

—Nunca te voy a olvidar... —sollocé

—Al final si me estás dejando... —comprobó

— ¡Te he traicionado, Mat! —cerré fuertemente los ojos— ¡Me acosté con otro!

Se lo había dicho. Lo peor era que no me sentía mejor.

Noté que sus manos fueron despegándose de mi piel y cuando abrí los ojos él ya había dado un paso atrás. Aún con la cabeza bajada, me eché a llorar desconsoladamente, sólo suponiendo como lo había hecho sentir.

—Es... una maldita broma ¿verdad?

Dios, su voz... el dolor había marcado hasta la forma en la que hablaba. Me armé de valor para verlo en los ojos y en ese momento se me cayó el cielo encima. Estaba desecho. No hubiera podido encontrar las palabras exactas para describir lo que veía. Lo que si sabía era que mi corazón se había roto en mil pedazos, que me dolía su dolor.

— ¿¡Me engañaste!? —su tono grave llegó hasta lo más fondo de mi alma

Aún no lograba creérselo. Por la manera en la que lo había preguntado, entendí que aún tenía una última huella de esperanza. Si le contestaba, iba a retorcerle el cuchillo en la herida. Sin embargo, el silencio que guardé se lo confirmó.

— ¿Qué... ¿¿¿Por qué???

—Por...

No tenía justificación y no sabía qué responderle. Recordé lo que me había dicho al confesarme sobre Sonia.

—Al menos... Maldita sea, Elsa. Esto no puede estar pasando. Tú no lo harías...

— ¿Por qué yo no?

—Porque una infidelidad es lo peor que...

Por alguna razón que yo desconocía se negó acabar la frase. Soltó un suspiro, como intentando liberarse de un gran peso. O del sufrimiento. Sus ojos ya cristalizados no dejaban de mirarme, lanzando flechas de amargura, de decepción, de asco.

—Hace tiempo tuve que aprender a vivir lleno de odio hacia mí mismo. Porque yo odio el engaño, Elsa.

—Y ahora me vas a odiar a mí... —constaté

— ¿Por qué me hiciste esto? —volvió a preguntar, con una voz a punto de quebrarse

—Me pasó lo mismo que a ti. El alcohol me hizo perder la cabeza...

—Ja...

—Tal vez no me creas pero...

—Y a ti tal vez se te olvida que para mí...

—Para ti, no hay excusa que valga. —acabé la frase

—Te he fallado en algo... ¿verdad? Por eso te refugiaste en los brazos de otro hombre. —sentí la rabia y los celos en su voz

—Pero ¿qué cosas dices? —me le acerqué— Por supuesto que no es tu culpa. ¿Por qué te cuesta creer que lo haya hecho debido al alcohol y...

— ¡Elsa, yo era un joven inmaduro y lleno de hormonas cuando lo hice! ¡Caí ante la primera que abrió las piernas! Pero ¿¡tú!? Tú eres toda una mujer...

—Una mujer débil. Que no fue capaz de controlarse... Que ni siquiera recuerda como llegó en otra cama. Una mujer cobarde, que tardó en...

Enmudecí antes de llegar a soltar algo que sólo le provocaría más sufrimiento. Si se enteraba que había sido antes de la boda...

—Ahora más que nunca comprendo a Sonia. —señaló— Entiendo por qué no me lo perdonó... Y me arrepiento más que nunca de haberle hecho semejante...

—Mat... —supliqué llorando; sus palabras me mataban, entendía perfectamente esa indirecta

—Ahora estoy en sus zapatos... ¡Duele, caray!

Sentí morir con eso. No era que no lo supiera ya, pero oírlo de su propia boca fue insoportable.

—Lo sé... —murmuré bajando la mirada

—No lo sabes. Yo tampoco lo sabía, antes de sentirlo...

—Créeme que lo sé. Me basta observarte para descifrar lo que hay ahí. —señalé su corazón

Resopló, agarrándose la cabeza con ambos manos. Se aguantaba las ganas de sacar toda la rabia que iba aumentando en su interior. No me había dicho ni un solo insulto, ni me había gritado. Lo que no lograba contener era el llanto. Lagrimas amargas corrían por sus mejillas, sus ojos negros estaban bañados en dolor.

—No aguanto verte así. Insúltame si quieres, haz lo que sea...

—Necesito... estar solo.

—Mat... —avancé hasta quedar muy cerca de él

—Es lo-

— ¡Perdóname! —le imploré agarrando sus manos— Por favor... Perdóname.

Estaba pidiéndole un milagro. Matías no iba a poder perdonarme y me quedaba más que claro. De hecho, ni yo misma podía hacerlo. Cuando sus ojos se cerraron lentamente y su boca quedó entreabierta, sin sacar sonidos, lo comprobé. No tenía su perdón.

Poco después se dio la vuelta y se marchó al dormitorio. Suprimí el deseo de correr tras de él y me dejé caer de rodillas al suelo, sollozando. Me dolía el pecho y sentía explotar, mi cuerpo ya temblaba y mi vista estaba nublada. Pero nada de eso importaba. Ahí, en el otro cuarto, el ser que me había entregado su corazón, estaba luchando para juntar los pedazos que yo le había devuelto.

***

Llevaba ya unas horas yaciendo en el suelo. No tenía fuerzas para llorar más, me sentía muy cansada. Procuré levantarme y avancé hacia el sofá, donde pensaba dormir esa noche. Seguramente era mi última noche ahí y al día siguiente Matías iba a pedir que me fuera. Era su apartamento, tal vez por eso no se había ido. Tampoco me parecía justo que lo hiciera.

No podía pegar ojo, además las ganas de ir a ver como seguía él crecían con cada segundo. Después de convencerme a mí misma que podía estar dormido, ya estaba en camino rumbo a la habitación. La puerta estaba entreabierta y adentro no se veía ni un poco de luz. La empujé y gracias a la luz que venía del salón, pude percibir que no había nadie en la cama.

Finalmente distinguí su cuerpo; estaba sentado en el piso, apoyado contra la pared, con los codos recargados sobre sus rodillas. Era imposible que no observara mi presencia con la luz que de pronto entraba al cuarto. Sin embargo, no reaccionó.

—Mat...

Quería abrazarlo, quería consolarlo, quería quitar de alguna manera el dolor que le había causado. Aunque la verdad era mejor que la mentira, me arrepentía de haberla dicho. Lo había destrozado. Y eso que aún no sabía que me había acostado con su propio primo, que me había casado ocultándole algo semejante.

— ¿Necesitas algo...? —pregunté

Un silencio total sustituyó su respuesta.

—Si quieres comer o...

Permanecía ahí, actuando como ni siquiera me oía. Me estaba ignorando.

—Estaré en el salón... Espero que no te moleste. Mañana me iré... Ahora... es algo tarde. Pero... si quieres... me voy ahora mismo de aquí...

No iba a contestarme y decidí que lo mejor era dejarlo en paz.

—OK, te dejo solo... —añadí,para luego salir y regresar al salón    

¿Aún planeamos la boda? © |  LIBROS I & II COMPLETOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora