Los Cullen

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Forks. Dormitorio de Bella. 05:30 AM del 22 de marzo de 2006, el día posterior al regreso de Volterra.

Edward me llevó hasta la casa corriendo, pero no tan rápido como de costumbre. Creo que no tenía demasiado apuro por enfrentarme a seis vampiros potencialmente furiosos.

-Ánimo –le susurré al oído, aún trepada a su espalda, cuando entre la maleza se empezaba a divisar el caserón blanco-. Todo saldrá bien.

-No permitiré que te lastimen –me aseguró en voz baja, caminando en lugar de correr.

-Lo sé –respondí dándole un pequeño beso en la nuca-. No te enfurezcas con ellos si no lo toman así de bien... o mal, en realidad. Estás aceptando todo esto demasiado bien. Aún espero que reacciones de verdad.

Edward soltó una pequeña carcajada.

-Me parece que tenemos más en común de lo que creí –señaló, sonriente-. ¿Recuerdas cuando descubriste que yo soy un vampiro? Te dije que una persona con más instinto de supervivencia saldría corriendo y gritando.

-No te veo haciendo algo tan poco masculino como gritar "¡socorro, auxilio, un agente federal!" –bromeé imitando una voz aguda e histérica, al tiempo que rodeaba su cuello con mis brazos más apretadamente.

Los dos reímos. Se sentí tan bien reír, después de tanto tiempo sin verdaderas razones para reírme.

-Edward, por favor, cuando entremos... pídeles a todos que apaguen los teléfonos y las computadoras –instruí, seria otra vez-. Necesito un poco de tiempo para explicarles, y no quiero alertar al FBI antes de tiempo de mi declaración de lealtad.

Él asintió lentamente.

-¿Alguna razón en especial por la que se lo deba decir yo?

-Porque puedes hablar a tal velocidad y volumen que los teléfonos no lo graban con eficiencia –expliqué-. Tendrás que decírselo antes que me vean o saluden, para que no queden pruebas que yo estaba en tu casa.

Antes de lo pensado, estábamos frente a la gran casa blanca. No sé por qué esperé algún tipo de cambio, pero la construcción parecía haber adoptado las cualidades de sus ocupantes, ya que tampoco parecía haberse alterado en lo más mínimo en los últimos meses. Adentro también estaba todo igual que siempre, ni una mota de polvo ni sábanas cubriendo los muebles. La estancia estaba tal y como la recordaba: el piano, los sofás tapizados de blanco y la imponente escalera de color claro. No había ninguna señal de que la casa había estado deshabitada.

Edward llamó al resto de la familia por sus nombres sin hablar más alto que en una conversación normal:

-¿Carlisle? ¿Esme? ¿Rosalie? ¿Emmett? ¿Jasper? ¿Alice?

No hacía falta que gritara, ellos lo oirían. Añadió algo más a tal velocidad que parecía no mover los labios, debía ser la indicación de apagar los teléfonos. De pronto, Carlisle estaba junto a mí. Parecía que llevara allí un buen rato.

-Bienvenida otra vez, Bella –sonrió-. ¿Qué podemos hacer por ti tan temprano por la mañana? A juzgar por la hora, supongo que no se trata de una simple visita de cortesía, ¿verdad?

Asentí.

-Me gustaría hablar con toda la familia enseguida, si les parece bien. Se trata de algo importante.

No pude evitar alzar los ojos para ver el rostro de Edward mientras hablaba. Su expresión era contenida. Al volver los ojos hacia Carlisle, vi que también él observaba a Edward.

-Por supuesto -dijo Carlisle-. ¿Por qué no hablamos en el comedor?

Carlisle abrió la marcha por el luminoso cuarto de estar y dobló la esquina hacia el comedor al tiempo que encendía las luces. Las paredes eran blancas y los techos altos, igual que el cuarto de estar. En el centro de la habitación, debajo de una araña que pendía a baja altura, había una gran mesa oval de madera lustrada con ocho sillas a su alrededor. Carlisle me ofreció una en la cabecera de la mesa.

Swan, Bella SwanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora