En algún lugar..

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En algún lugar de Phoenix, Arizona...

Un hombre con un tupido bigote y un muchacho de pelo largo y desordenado estaban sentados en un mullido sofá. El hombre estaba sentado muy erguido; el joven estaba casi colgando del borde del asiento. En el cuarto no volaba una mosca. Tanto ellos dos como los dos otros hombres presentes en la habitación, vestidos de elegante sport, estaban pendientes del televisor pantalla plana, sin perderse ni un segundo de la transmisión.

-Dos jóvenes vidas, una arrancada, la otra puesta en peligro, por la ambición y la venganza de unos pocos –acababa el informe que estaban viendo.

A la pantalla regresaba el periodista principal del noticiero, un hombre de cara severa e impecable traje y corbata.

-Quiero que todos los televidentes sepan que recibimos fuertes presiones y amenazas para no dar a conocer este informe –dijo en tono mortalmente serio-. Hay muchos a quienes les interesa de sobremanera que este tipo de cosas no se divulguen. Pero nuestro compromiso siempre fue con la verdad, la ética y la justicia. ¡Y no vamos a ceder! –hizo una pequeña pausa-. En otro ámbito, el Ministro de Agricultura y Pesca anunció hoy cambios en las leyes que regulan la importación de soja...

-Vaya, la joven Isabella se convirtió de patito feo en todo un cisne –comentó el hombre de bigote, riendo de su chiste al tiempo que apagaba el televisor. Los otros dos adultos soltaron unas risitas de compromiso.

-¡La tenemos! ¡Sabemos dónde está esa chica Isabella! –exclamó el más joven, exultante.

-Lo podríamos haber averiguado en cualquier momento, su paradero dejó de ser secreto hace años –respondió apáticamente el bigotudo, recostándose en el sofá.

-Entonces, ¿vamos a buscarla? –preguntó el joven, los ojos brillando y una sonrisa feroz extendiéndose por su cara mal afeitada.

-Por supuesto que no. ¿Para qué íbamos a buscarla? –preguntó Bigotes, con un tono exageradamente inocente y curioso.

-¡Para vengarnos! –exclamó el joven, todo ardor, poniéndose de pie de golpe-. ¡Para vengar al abuelo, al tío Tony, a...!

-Tu abuelo se cavó la fosa él sólo –respondió el de bigotes con indiferencia-. Mi padre, que en paz descanse, era bastante corto de miras en algunas cosas, y mi estimado hermano, ni que hablar. Tony se merecía ese tiro en la cabeza. Yo no voy a gastar tiempo, personal y dinero en eliminar a Isabella. Mientras se quede en Washington, con bajo perfil y sin entrometerse en mis negocios, no veo por qué iba a molestarme su existencia.

-¡Porque ella mató a tu hermano, encarceló a tu padre y le hizo perder millones a la familia! –chilló el chico, desesperado ante la apatía de su padre.

-Isabella no movió un dedo al respecto. Mi apreciado hermano Tony fue tan idiota como para colocar la mercancía en una escuela, de dejarse descubrir esa niña Leyla, y cuando la acalló, de asfixiarla y después fingir un ahogamiento cuando la chica era una campeona de natación, por no hablar que dejó todas las evidencias en la escena del crimen –enumeró el de bigotes ayudándose de los dedos-. Error tras error. Claro, con el edificio repleto de la policía científica, no había forma de sacar el cargamento que había quedado adentro, y fue ahí que Isabella lo descubrió y le contó a su padre, que es policía y lo denunció inmediatamente al FBI. Ella tenía, ¿cuánto? ¿Diez, doce años? Actuó del modo lógico, ¿qué hace una niña de diez años al descubrir algo muy sospechoso en un rincón abandonado de la escuela? Le cuenta a su padre policía. Simple lógica.

La furia y la incredulidad se pintaban a partes iguales en el rostro del más joven.

-¿Estás justificando a Isabella?

Swan, Bella SwanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora