Avances en la causa

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Casa de los Cullen. Lunes 03 de junio de 2006, por la tarde.

Edward había ido a la escuela en el jeep de Emmet, para guardar las apariencias. Originalmente había pensado usar el descapotable de Rosalie, pero estaba lloviznando suavemente, y si bien Edward y Rosalie no tenían la más estrecha de las relaciones, él no era ni tan malicioso ni tan suicida como para arruinar el juguete favorito de Rosalie Hale dejándolo expuesto a la lluvia.

Alice condujo el jeep de regreso a la gran casa blanca, mientras Edward, Caddy y yo viajábamos en el Volvo, el mismo en el que Alice nos había llevado a clases. Ver a Alice en el Jeep era una de las cosas más ridículas y más graciosas, ya que el jeep era tan gigantesco y Alice tan diminuta que ella tuvo que sentarse sobre su mochila para simplemente ser capaz de ver por dónde iba.

Una vez en la casa de Edward y su familia, me dirigí de inmediato al living, donde yo sabía que estaba Alex, dispuesta a enterarme de cada insignificante detalle que hubiese podido averiguar. Me lo encontré con la vista clavada en una computadora situada frente a él, una mueca de frustración en la cara y los pelos parados, como si se hubiese pasado las manos por ellos cantidad de veces, llevado por la desesperación. Tenía una frazada sobre los hombros y se había quitado los zapatos, ya que había subido los pies al sofá en el que estaba sentado.

Sheila estaba aovillada en el sillón que había ocupado yo esa madrugada mientras veía trabajar a Alex, y estaba profundamente dormida. Sus rulos rojos estaban aplastados, aunque algunos mechones sueltos le caían en la cara. Alguien la había tapado con una frazada, y ella se aferraba al borde en un gesto inconsciente; era evidente que su sueño no era tranquilo.

-Hola, Alex –dije en voz baja, tratando de no despertar a Sheila-. ¿Cómo va todo?

Él dio una especie de gruñido, entre frustrado y furioso, antes de pasarse las manos por el pelo de nuevo, dejándolo peor que antes. Me miró con desconsuelo, aunque sin hacer contacto visual, como de costumbre.

-Mal –gimió, encorvando los hombros.

-¿Cómo de mal? –pregunté, inmediatamente aterrada.

-Muy mal –sopló más que habló Alex, tecleando como con desgano.

-¡Alex! ¡¿Cómo de mal? –exigí, asustada e irritada.

-Como que no hay una sola maldita pista que lleve a ningún lado, todas conducen a la nada, así de mal –respondió él con aspereza, antes de volver a clavar la mirada en la pantalla.

Era inusual que Alex pronunciara una frase larga en circunstancias normales, pero las situaciones de estrés lo volvían prácticamente un autista incapaz de comunicarse con el resto del mundo. Por eso, el que en medio de una atmósfera tan cargada como ésta él le regalara al mundo una frase tan larga sólo podía significar que estaba lo suficientemente frustrado como para que la irritación le ganara a la timidez.

En pocas palabras, eran pésimas noticias, si ni siquiera Alex podía hacer algo.

Reparé entonces que en la mesita ratona había, además de una taza con restos de café y el cuenco con dos terrones de azúcar sobrantes, una pequeña botella de Coca-Cola vacía, y otra a la que le quedaba menos de la mitad del contenido. Junto a la botella vacía había una tirita de aspirinas, aunque de las doce pastillas sólo quedaban cuatro.

-Alex, necesitas dormir –le ordené.

-Perdón –murmuró él, sonrojándose intensamente y bajando la mirada-. No quise ofenderte.

-No me ofendiste, y no es por eso que lo digo. Estás hecho pomada, necesitas dormir –le repetí, ahora con preocupación.

-No. Necesito encontrar al hacker –murmuró él, obsesivo.

Swan, Bella SwanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora