Kadyn Brown

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Forks, Washington. Casa de los Cullen. Sábado 08 de junio de 2006, temprano por la mañana.

Alex siguió revisando la información obtenida de la hacker, y fue volviéndose más y más pálido y ansioso a medida que avanzaba.

-Parece que meterse con el FBI no le bastó –murmuró Alex, medio estupefacto y medio incrédulo-. También tiene información obtenida de la CIA... el Pentágono... ¿la NASA? –Alex parpadeó, parecía no poder creer lo que veía-. Sí, la NASA. Parece que Monterro está interesada en el anillo de asteroides presente entre Marte y Júpiter.

Llegado ese punto, yo ya no estaba muy segura si podía creerle a Alex o no. Era todo tan irreal que mi cabeza me pedía a gritos una segunda opinión. Necesitaba preguntarle a Edward.

-Voy a ver a Fred –murmuré, poniéndome de pie-. Desde que tuvo el ataque que no lo veo. ¿Cómo está?

Alex bajó la mirada, avergonzado.

-Mentiría si te dijera que sé como está. Estuve tan absorto en esto que ni siquiera subí nunca las escaleras. No vi a Fred desde que llegamos juntos –admitió.

Asentí, no del todo sorprendida, y me dirigí hacia el despacho de Carlisle, que era donde habían instalado a Fred. Ahí estaba él, con una pequeña luz al costado de su cama. Esta profundamente dormido, lo que me permitió observarlo en detalle.

Fred seguía teniendo mal aspecto, pero observándolo con atención noté que estaba un poco mejor que antes. Aún estaba pálido, pero al menos su piel había perdido el matiz amarillento, y me pareció un poco menos delgada y frágil. Todavía no tenía cabello, pero sus huesos ya no sobresalían tan agresivamente bajo la piel; aunque seguía siendo demasiado flaco, al menos ya no era tan esquelético.

En lugar de la máscara de oxígeno que había estado usando al momento de su llegada, ahora tenía unos delgados tubos pegados bajo la nariz. A mí me habían hecho usar unos parecidos después del incidente con James, y gracias a eso supe que Fred ya no necesitaba el oxígeno como si fuese una cuestión de vida o muerte, sino que sólo le estaban dando una ayuda a sus pulmones, y que él respiraba por sí solo. La vía intravenosa goteaba, lenta y estable, en su torrente sanguíneo, pero era ya una sola bolsa y el goteo era lento. Según el monitor colocado junto a él, el ritmo cardíaco era estable, y la respiración, regular.

Un ligero carraspeo me hizo darme vuelta. Carlisle estaba en la puerta de la habitación, con su maletín en la mano.

-Buenas noches, Bella. ¿Qué te trae por aquí tan tarde... o tan temprano? –preguntó Carlisle, entrando.

-¿No escuchaste las grandes noticias? –pregunté, sorprendida-. Alex detectó a la hacker y recuperó las fotos, los correos electrónicos y todo lo que faltaba en la computadora de Newton.

-¡Excelente! –Carlisle pareció animarse con las noticias. Dejó el maletín sobre la cama y siguió hablando mientras sacaba un par de cosas de él-. No sabía nada porque acabo de llegar. Esme, Alice y yo habíamos salido a alimentarnos. Rosalie y Jasper se quedaron montando guardia, pero entré por la ventana del dormitorio y no hablé con ellos –sonrió con algo de burla-. Estamos teniendo que actuar como unos delincuentes, deslizándonos por las ventanas y yendo de aquí para allá con la luz apagada... Sheila es una observadora muy aguda, y si bien nuestra pequeña actuación en el desayuno bastó para confundirla, todavía está demasiado cerca.

-Lo lamento –me disculpé, avergonzada.

-No era un reproche, es sólo que me es un poco incómodo entrar por las ventanas –explicó Carlisle, preparando una jeringa con una dosis de un medicamento de color ámbar-. Otros no tienen ese problema... Edward tuvo que soportar montones de burlas sobre que él ya está acostumbrado.

Swan, Bella SwanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora