Un día con Edward

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Viernes 07 de junio de 2006. Escuela secundaria de Forks.

Edward estuvo fingiéndose medio dormido todo el día. Arrastraba los pies, bostezaba continuamente, daba cabezazos, parecía distraído y casi no tomó apuntes. Estuvo tan convincente que el profesor Berty hasta lo mandó a lavarse la cara, a ver si conseguía quedarse despierto.

Cuando el profesor, que había notado que yo estaba tan cansada como mi novio, quiso saber a qué se debía que los dos estábamos tan agotados, la víbora Lauren Mallory soltó una risita maliciosa, sólo para recibir un furioso codazo de Jessica, su compañera de banco.

-¡Debe haber habido algún problema, una amenaza de bomba o algo así! –siseó Jessica en voz demasiado alta para ser baja-. Seguro que fue algo relacionado con la investigación.

Lauren hizo una mueca de desdén, mientras el profesor les lanzaba una mirada dura. Caddy, sentada como de costumbre detrás de mí, fue la que nos salvó.

-Estuvimos de teleconferencia con Washington D.C., con la sede principal del FBI –respondió Caddy en tono firme y seguro-. Tuvimos que discutir medidas de seguridad para cuando Bella fuese a la universidad, y también Edward, ya que los dos vienen en un paquete. Después, hablamos un rato largo sobre la posibilidad de poner a un caza recompensas a atrapar al hombre del identikit, y por fin, hablamos con un nuevo hacker que podría ponernos sobre la pista de las fotos que le enviaron a Newton... todo eso llevó tiempo.

-¿Usted estaba con ellos? –preguntó el profesor, sorprendido.

-Bella no está sola a sol ni a sombra. Claro que estaba con ella –replicó Caddy, agresiva.

-Es que, quiero decir, a usted no se la ve cansada –se justificó el profesor.

-Soy una agente del FBI asignada a proteger un testigo en peligro, no puedo permitirme mostrar flaquezas. Si yo no quiero dar el aspecto de estar cansada, no lo doy –contestó Caddy, haciendo sonar los nudillos.

Yo le dirigí una mirada enojada que Caddy ignoró. Le había dicho mil veces que dejara de hacer sonar los nudillos, que eso favorecía la artritis, pero claro, ella no me escuchaba. Decía que sonaba maravillosamente intimidante.

El profesor no hizo más comentarios después de eso, y la clase siguió con la calma habitual. O al menos, la que era habitual desde que Caddy se sumó al grupo.

Durante el almuerzo, Edward se la pasó fingiendo que dormía, mientras yo picoteaba sin apetito una ensalada algo marchita. También tenía sueño, pero había tomado una taza grande de café en el desayuno, y dada mi escasa tolerancia a la cafeína, estaba despierta, aunque bastante grogui.

Repasé los eventos de la noche y madrugada anterior. Comenzamos con un identikit, acabamos con un sospechoso. Eso estaba bien, claro. Briscioli. Qué apellido raro. ¿De dónde provendría? No sonaba inglés. ¿Italiano, quizás? No es como si yo supiera mucho de idiomas extranjeros.

Al menos teníamos un nombre y un apellido. Sólo nos faltaba una forma de probar que el hombre que Jessica había visto salir de la tienda y Milton Briscioli eran la misma persona. Podíamos explicarle al tribunal lo que Alex había hecho con los programas... sólo tendrían que creernos, porque podrían decir que habíamos manipulado hasta tal punto los datos que dimos con un rostro al azar, uno entre medio millón que se le parecían...

De pronto me cruzó la cabeza un pensamiento que hizo que se me cayera el alma a los pies. ¿Y si estábamos equivocados? ¿Y si este Milton Briscioli en verdad sólo era alguien que tenía la mala suerte de parecerse al verdadero asesino? Es decir, a la imagen recreada del rostro del asesino, construida por el programa de computadora. ¿Y si habíamos cometido un terrible error que nos llevaría a arrestar a un inocente y a poner al culpable sobre aviso al mismo tiempo, dándole tiempo a esconderse...?

Swan, Bella SwanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora