El llamado de Reneé

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Forks, Estado de Washington. Domingo 9 de junio de 2006. Casa de los Swan.

Era de mañana muy temprano. Era domingo. La peor parte de los sucesos más aterradores de mi vida, que empezaron un día lluvioso cuando Mike se me acercó a hablarme después de la clase de gimnasia y terminaron cuando los enviados de la CIA subieron a su automóvil y se largaron de Forks, había concluido.

Yo había estado durmiendo mal todos los últimos días, siendo despertada casi todas las noches a altas horas de la madrugada, y tenía intenciones de descansar de una vez por todas ahora que al menos esta parte de la aventura había terminado.

Claro que aparentemente para mí era mucho pedir dormir ocho horas de un tirón. Y eso el teléfono de casa, que empezó a sonar demasiado temprano a la mañana para ser un horario cortés, debía saberlo, porque sonaba y sonaba sin importarle mis murmuradas maldiciones.

Dejé que Caddy fuese a atender. Ella estaba en la planta baja, mucho más cerca de aparato que yo, aunque incluso medio dormida como aún estaba, yo había adivinado quién sería y hasta podía predecir más o menos qué me diría.

—Es tu mamá –murmuró Edward, que estaba acurrucado a mi lado, sobre las frazadas, abrazándome. Después de resueltas las cosas la noche anterior, nos había traído a casa a mí y a Caddy, y secretamente se había quedado a mi lado toda la noche.

—Me lo temía –suspiré—. Voy a tener que hablar con ella.

—Da la impresión que vio algo del programa de televisión... debe haber pasado a las noticias nacionales hoy –conjeturó Edward, acariciando con suavidad mi cara.

Suspiré de nuevo. Ahora que el caso estaba prácticamente resuelto, ya nada me preocupaba tanto como antes, y el informe de televisión, menos que menos.

Escuché las pisadas de Caddy subiendo por la escalera. Edward, tras un veloz beso, se deslizó por la ventana, con la promesa de regresar pronto. Me senté en mi cama justo cuando ella golpeaba con los nudillos contra la puerta. Suspiré y respondí un "¿sí?" cargado de resignación.

—Tu mamá está al teléfono –informó Caddy tras abrir la puerta y asomar la cabeza—. Sin ofender, pero está histérica. Suena como si hubiese tenido que enterarse de todo por la televisión.

Gruñí mientras sacaba las piernas de la cama y empezaba a buscar a tientas mis pantuflas.

—Renée no tuvo que enterarse de todo por la televisión –mascullé, buscando la pantufla izquierda, que no aparecía, con el pie—. Le conté que alguien había matado a Mike.

—Pero no le contaste que dos agentes del FBI estaban cuidándote las espaldas –adivinó Caddy. Yo volví a gruñir. La pantufla no aparecía.

—Detalles, detalles –descarté con un gesto de la mano, antes de agacharme a buscar la maldita pantufla debajo de la cama. Ahí estaba, muerta de risa.

Me calcé la pantufla con más fuerza de la necesaria, de mal humor, y me puse de pie. Caddy me miraba con una mezcla de risa y compasión.

—Sólo la insuperable Bella Swan consideraría "detalles" al hecho de tener guardaespaldas del FBI –comentó Caddy, sacudiendo la cabeza—. Buena suerte con tu mamá. Suena realmente al borde del colapso nervioso.

Bajé las escaleras bostezando, demorándome, tratando de postergar la llegada de lo inevitable. Por fin, estaba delante del teléfono. Era una suerte que Charlie no hubiese cambiado el viejo teléfono de casa por uno de esos más modernos, inalámbricos. Al estar el auricular unido al resto del aparato por medio del cable, Caddy no había podido llevármelo hasta mi habitación, sino que yo me había visto obligada a bajar; eso me había dado tiempo a despertarme y elaborar un modo de manejar la situación.

Swan, Bella SwanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora