Conspiración

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Forks, Washington. Jueves 30 de mayo de 2006. Escuela Secundaria de Forks, por la mañana.

Nuestra entrada a la escuela esa mañana sólo puede describirse como triunfal. Caddy bajó primero del auto, echó a todos los que estaban en diez metros a la redonda, y sólo entonces me permitió descender. Claro que eso sólo hizo que todo el mundo se parara a 10,5 metros y desde allí nos observara estirando los cuellos. Todo el trayecto hasta el edificio escolar, Caddy estuvo escudándome con su cuerpo, como si esperara que yo fuera atacada a balazos en cualquier momento. Edward y Alice caminaron detrás de nosotras con caras cuidadosamente inexpresivas.

Caddy me dejó a un lado de la puerta del salón de clases, desde donde podía verme, y registró el aula antes de clases, para deleite de mis compañeros, que se sentían dentro de una película de acción. El profesor intentó protestar, pero Caddy se limitó a mirarlo despectivamente por sobre el hombro. Su acción era tanto más despectiva por el hecho que ella le sacaba más de media cabeza al docente, quien prefirió no discutir.

Una vez que el aula fue declarada zona fuera de peligro, Caddy nos hizo pasar a mí y a Edward, y luego ordenó a todos los demás alumnos y al profesor ponerse de cara a la pared, ya que iba a revisarlos en busca de armas. Hubo quien empezó a quejarse, pero la cara de Caddy no daba derecho a crítica. Uno a uno fueron entrando al aula mis compañeros, ya revisados, con expresiones más o menos mortificadas y dirigiéndome miradas acusadoras. Ya no parecían tan encantados con la presencia de Caddy.

-Por suerte mi popularidad no me importa, o tendría que suicidarme –le susurré a Edward, escondiendo la cara entre las manos.

-La mayoría te compadece –intentó consolarme él en voz baja-. Lauren está celosa de que llames tanto la atención, y Eric se pregunta si es legal que Caddy los palpe de armas, pero llegó a la conclusión que aún si no lo es, no será él quien se lo diga.

Por fin pudo comenzar la clase, media hora tarde, con Caddy sentada detrás de mí, vigilando a todo el mundo y con una pistola calibre .38 en las manos. Hasta el profesor había dejado de lado las pretensiones que nada extraordinario estaba pasando.

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El resto de la mañana transcurrió más o menos del mismo modo. Cada aula fue prolijamente revisada por Caddy, y todos los que compartían alguna clase conmigo, alumnos y profesores, sufrieron una profunda revisión en busca de armas. Dos o tres chicos tenían cortaplumas, la mayoría de ellos desafilados, pero Caddy los confiscó y registró los nombres de estos delincuentes juveniles, con la promesa de vigilarlos desde especialmente cerca.

Perdí la cuenta de la cantidad de veces que deseé que me tragara la tierra. A partir de la segunda clase, Edward también fue revisado en busca de armas, aunque con menos rigor que los demás. Caddy confiaba en él, pero necesitaba mantener la fachada.

Jessica coincidió en una clase conmigo a media mañana, y al verme se dirigió hacia mí con cara de alivio y los brazos abiertos, dispuesta a abrazarme. No pudo hacerlo, ya que Caddy la derribó antes. Según mi guardaespaldas, la actitud de Jessica era sospechosa.

-¡Quería darme un abrazo, por todos los Cielos! –exclamé, harta, mientras Caddy le ayudaba a una muy shockeada Jessica a ponerse de pie-. ¿Ves que tenga algún arma? ¡Caddy, estás exagerando! ¿Con qué va a apuñalarme Jessica? ¿Con un lápiz?

-Un lápiz clavado en la garganta es un arma mortal –gruñó Caddy, repitiendo una de las primeras enseñanzas de la Academia: cualquier objeto punzo cortante es susceptible de ser utilizado como arma.

-¡Jessica no va a herirme, como tampoco va a hacerlo ninguno de mis compañeros ni profesores! –chillé, exasperada-. Caddy, por favor, ¡déjanos vivir! Ya es bastante malo haber perdido a Mike, como para además crear paranoia.

Swan, Bella SwanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora