Cien por ciento real

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Forks. Dormitorio de Bella. 03:00 AM del día posterior al regreso de Volterra.

Me dio la sensación de haber dormido mucho tiempo. A pesar de eso, tenía el cuerpo agarrotado, como si no hubiera cambiado de postura ni una sola vez en todo ese tiempo. Me costaba pensar y estaba aturdida; dentro de mi cabeza revoloteaban aún perezosamente extraños sueños de colores, sueños y pesadillas. Eran tan vívidos... Unos horribles y otros divinos, todos entremezclados en un revoltijo estrafalario.

Luché por despertarme, tenía que recuperar el estado de alerta, no podía darme el lujo de estar atontada. No estaba en mí, desde hacía años que me despertaba de golpe, con todos mis sentidos en alerta... no pude comprender por qué no era capaz de reaccionar ahora...

Algo frío tocó mi frente con el más suave de los roces.

Creo que di un respingo. Todos mis sentidos se aclararon, mis ojos se abrieron de golpe, y mi atontada cabeza estuvo despabilada más rápido que nunca antes. Los fríos brazos que me envolvían, el aliento helado que soplaba suavemente sobre mi mejilla izquierda, los dedos congelados que recorrían mi cara en la más suave de las caricias... todo se sentía tan real...

-¡Oh! -jadeé y me froté los ojos con las manos.

Sin duda había ido demasiado lejos; había sido un error permitir que mi imaginación se me fuera tanto de las manos. De acuerdo, quizá «permitir» no era la palabra correcta. En realidad, era yo quien la había forzado demasiado, con tanto ir en pos de mis alucinaciones y ahora, en consecuencia, mi mente se había colapsado.

Me llevó menos de un segundo caer en la cuenta de que ya que ahora estaba loca de forma irremediable, al menos, podía aprovechar y disfrutar de las falsas ilusiones mientras éstas fueran agradables. Abrí los ojos otra vez y Edward aún estaba allí, con su rostro perfecto a sólo unos cuantos centímetros del mío.

-¿Te asusté? -preguntó con ansiedad, en voz baja.

Era una maravilla cómo funcionaban estas falsas ilusiones. El rostro, la voz, el olor, todo era mucho mejor que cuando estuve a punto de ahogarme. El hermoso Edward producto de mi imaginación observaba mis cambiantes expresiones con alarma. Sus iris eran negros como el carbón y debajo de los ojos tenía sombras púrpuras. Esto me sorprendió; por lo general, los Edwards de mis alucinaciones estaban mejor alimentados.

Parpadeé dos veces mientras hacía memoria con desesperación para determinar qué era lo último que podía recordar de cuya realidad estuviera segura. Alice formaba parte de mi sueño y me pregunté si, después de todo, había vuelto a Forks de verdad, o si eso sólo había sido el preámbulo de la fantasía. Luego, caí en la cuenta de que ella había regresado el día que estuve a punto de ahogarme... pero no me había ahogado... Jacob me salvó... yo había saltado del acantilado... había tormenta...

Contuve el aire, desesperada. Todo había salido del peor modo posible. Estar a punto de ahogarme y salvarme por los pelos era algo que había escapado horriblemente a mi control. Ni hablar de lo que vino después: el llamado telefónico, Alice advirtiéndome que Edward había ido a Italia, la carrera contra reloj para impedir que él cometiera suicidio, el regreso a Forks, Charlie gritándole a Edward en el umbral de casa...

Todo era un torbellino entremezclado, demasiados recuerdos para tan poco tiempo. Sentí que empezaba a marearme, y sólo una caricia suave, de dedos fríos rozando mi mejilla, me hizo reaccionar.

-Bella, respira, por favor –me pidió Edward en voz baja, preocupada-. No te preocupes, estamos en Forks, estamos bien y a salvo, no hay razones para preocuparse...

Solté una risita que tenía algo de histérica. ¡Yo tenía mil razones para preocuparme! ¡Mi vida acababa de irse al caño, acabaría en un manicomio, porque todo el mundo estaría de acuerdo en que yo estaba rematadamente loca, y tenía que darles la razón, considerando que veía a Edward a mi lado!

Swan, Bella SwanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora