Apocalipsis

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Forks, Washington. Martes 28 de mayo de 2006. Una semana después de la muerte de Mike Newton.

Si elegí escribirle un correo electrónico en lugar de llamarlo o enviarle un mensaje de texto, fue justamente porque yo sabía que Alex pasaba un promedio de doce horas diarias frente a la pantalla de una computadora y había muchas más posibilidades de que se enterara rápidamente de este modo. Por eso, cuando a la mañana siguiente aún no tenía noticias, casi me dio un ataque de ansiedad. Me consolé pensando en la diferencia horaria y en que Alex no me había escrito todavía porque quería enviarme los resultados directamente. Tratando todavía de autoconvencerme de mi explicación, Edward, Alice y yo llegamos a la escuela.

El día de clases transcurrió bastante velozmente, por suerte. Los niveles de chismorreo, que habían descendido levemente ayer lunes, volvían hoy martes a sus estándares más altos. Se cumplía una semana de la muerte de Mike, después de todo, y todo el mundo parecía tener algo que decir sobre el caso, salvo la policía, que aunque hacía todo lo posible, no había adelantado mucho en lo sustancial y no estaba ni cerca de descubrir al culpable. Una vez más, yo era el centro de atención, aunque ahora la mayoría de la gente me evitaba.

Ángela, amiga leal como era, se sentó con Edward, Alice y conmigo en el almuerzo, como siempre, y Ben siguió su ejemplo. Jessica aún no aparecía por la escuela, y Lauren Mallory estaba esparciendo el rumor que Jessica iba a ser internada en un instituto psiquiátrico, ya que estaba rematadamente loca. Ángela sacudió la cabeza, disgustada, y comentó que ella había escuchado que el padre de Jessica había hablado con un psicólogo para que le ayudara a superar el duelo, lo que debía ser la versión realista de la historia que contaba Lauren.

Acabada la jornada escolar, Edward condujo el Volvo hacia casa, pero se detuvo abruptamente antes de doblar la esquina que llevaba a la calle donde yo vivía.

-Parece que te espera visita en tu casa –anunció con voz neutra, aunque su expresión era amenazante.

-¿Visita? –repetí, sin entender, pero el susto fue pronto superando la sorpresa-. ¿Es algo malo?

-No –contestó Edward, tras una pequeña pausa, como si dudara si era malo o no-. Es Jacob Black. Está en el porche de tu casa, esperando para hablarte.

Dudé varios largos segundos. Las cosas con Jacob estaban tensas, y hacía mucho que yo no lo veía personalmente. El teléfono no era el mejor medio para arreglar nuestras diferencias; hablar con él en persona era definitivamente la mejor manera.

Alice dio un quejido en el asiento trasero en el momento en que tomé la decisión de ver a Jacob.

-Odio cuando tu futuro desaparece –me dijo, con el ceño fruncido, mientras Edward ponía el auto de nuevo en marcha y doblaba finalmente la esquina-. Siempre me preocupa que vaya a pasarte algo malo y yo no sea capaz de verlo.

-Me pasaron cosas malas por años antes de que nos encontráramos y siempre me las arreglé para salir con vida –repliqué, tratando de minimizar el tono cortante-. Además, voy a estar con Jacob. Él puede atajarme si me tropiezo o algo así.

Ni Alice ni Edward comentaron nada, pero la idea de que yo estuviese con Jacob no parecía tranquilizarlos. Pese a que la tolerancia había crecido desde la captura de Victoria, una enemistad de décadas era difícil de olvidar de un día para el otro, supuse.

Edward detuvo el Volvo frente a casa, descendió y me abrió la puerta con el rostro perfectamente compuesto. Bajé del asiento del copiloto con tan mala pata que me enganché la bota en el borde de la puerta y en lugar de descender graciosamente, caí de un modo bastante torpe en brazos de Edward, quien aprovechó a abrazarme, soplar brevemente en mi cabello y darme un beso en la parte superior de la cabeza.

Swan, Bella SwanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora