Descubrimientos y viajes

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En un cementerio de Phoenix...

Un hombre con poblado bigote dejó un gran ramo en el florero de una tumba. El sepulcro era modesto y poco llamativo, de mármol gris, con una placa de bronce identificando al difunto.

—"Anthony Brickwall –QEPD—. Nacido el primero de abril de 1980, fallecido el 17 de octubre de 2004. Buen hijo, buen marido, mal empresario" –leyó en voz baja, con una amplia sonrisa, el de bigotes.

Suspiró y compuso una expresión seria, con una pizca de melancolía, que él creía la más apta para un cementerio, aunque no se sintiese serio ni melancólico en absoluto.

—Espero que no me guardes demasiado rencor por tu epitafio –le murmuró el de bigotes a la tumba—. Ya que el FBI decidió que te habías suicidado pegándote un tiro, yo decidí que lo habías hecho al descubrir que uno de tus últimos negocios era un fracaso total. No les gustó demasiado, pero tuvieron que dejarlo sin investigar... eso me permitió poner un par de millones a salvo.

Cambió el peso de un pie a otro, buscando una postura más cómoda. Hacía mucho calor, y él estaba vestido de negro, un color que encontraba adecuado para un cementerio, pero no era el ideal para un día tan caluroso.

—Te sorprenderá qué hago por aquí. No es como si me hubiese molestado mucho antes por tus restos... para ser exactos, es la primera vez que vengo. Verás, hace un par de días, alguien estuvo revolviendo el avispero. Un programa de televisión salió diciendo que estábamos detrás de los ataques a Isabella Swan. Ah, ¿recuerdas a la chica? Sí, es la misma. Más crecida, no tan desgarbada, igual de tímida. Una jovencita agradable. No una reina de belleza, pero tampoco un susto a medianoche. Una chica promedio, digamos.

Observó la tumba en silencio unos segundos, sin aguantarse por completo la sonrisa.

—O no tan promedio, pensándolo bien. Estuve averiguando un poco sobre la noche en que moriste, hermanito. Junto a tu secuaz, ese Joey... siempre te dije que era un inepto, pero tuviste que aprenderlo por las malas... como sea –se encogió de hombros—. Sé que cortaron la luz de la casa de esta chica Isabella, y entraron a la casa. El informe oficial dice que adentro estaba Isabella, pero no estaba sola: su guardaespaldas Sean Jackson estaba con ella, y en cuanto vio que querían agredirla, les disparó.

El de bigotes guardó silencio. Una pareja pasó cerca de él, discutiendo en voz tan baja como acalorada. Cuando se perdieron de vista, el bigotudo regresó a su diálogo con la tumba.

—Investigué un poco al respecto. Ese Jackson es intrigante, y de todos modos yo quería tener a Isabella vigilada, ahora que regresó a la luz pública. Me encontré con algo la mar de interesante: los documentos al respecto de lo que pasaba se contradicen. Los oficiales, a los que accede el público tras un grueso soborno, indican que Jackson les disparó. Eso parece lógico y razonable, pero no encaja en absoluto con lo que sé de Jackson. Él tiene un olfato especial para detectar problemas, sabe tratar con gente, y es brillante organizando... pero no sirve a la hora de la acción, sin mencionar que su trabajo no fue nunca el de quedarse haciendo de niñera de un testigo en peligro. Entonces, encontré un acta que indica que Jackson llegó junto con el resto del equipo a la casa de Isabella... ¿Entiendes lo que eso significa?

El bigote le temblaba del esfuerzo por aguantar la carcajada.

—¡Fue Isabella quien te disparó! ¡Te mató una niña! Eso, o fue la madre de la chica, pero a la tal Renée no se la menciona en todos los informes... y la posibilidad de que haya sido alguien más, que dejó la casa antes de que Jackson y los suyos llegaran... es demasiado complicada –sacudió la cabeza—. El padre de Isabella es policía. Le habrá dejado un arma, sabiendo que podría necesitarla. Ella le dio buen uso: le pegó tres tiros a Joey, suficiente para destrozarle la cara y matarlo en el acto. En tu caso, bastó con una bala, bien disparada.

Swan, Bella SwanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora