—Están en el camino de entrada a la casa —informó Edward.
—Puntuales —asentí, mirando el reloj de pared de la sala—. Me parece bien.
Los agentes de la CIA debían haber viajado a toda máquina, porque según nuestros cálculos todavía tenían un margen de quince minutos para llegar, y eso si iban rápido. Me sonreí para mí. Habían ido rapidísimo.
—¿Están nerviosos? —pregunté.
—Ansiosos y preocupados —confirmó Edward, mirando hacia la puerta—. No saben exactamente con qué o quiénes se van a encontrar, y no les gusta la incertidumbre.
Sonreí más. Al igual que en el ajedrez, poner nervioso a los contrincantes haría que cometieran errores.
—Que vengan —murmuré, hundiéndome más en el mullido sillón—. Los estamos esperando.
Unos minutos más tarde hubo un murmullo de voces en el porche, y entonces sonó el timbre. Aunque por un momento me pareció raro que tocaran el timbre, como si se tratara de una visita de cortesía, al instante siguiente decidí que eso era un punto positivo por buenos modales.
Le cabeceé a Edward, que al momento siguiente estaba en la puerta de entrada a la casa, invitándolos cortésmente a pasar. Tres personas entraron a la casa, Edward cerró la puerta detrás de ellos, y al segundo siguiente estaba de nuevo a mi lado en el sofá.
Los tres recién llegados dieron un respingo, y aunque se recompusieron rápidamente, el daño estaba hecho. La cuidadosa imagen de seguridad y eficiencia que habían pretendido dar estaba arruinada.
Los observé con atención mientras recorrían la habitación hasta donde estábamos. Al frente marchaba un hombre de cabello castaño oscuro similar al mío, aunque mucho más corto. Tenía ojos marrones y un bronceado envidiable, realzado por la camisa blanca que llevaba puesta y el suéter gris claro que combinaba con el pantalón gris más oscuro. A su derecha, medio paso más atrás, iba una mujer de espeso cabello negro y con un flequillo que le caía en la cara. Estaba vestida con una simple blusa verde agua y una pollera recta color gris; tenía el aspecto de una ejecutiva. A la izquierda del hombre que marchaba por delante iba otro hombre, al igual que la mujer, un poco más atrás. Éste era completamente calvo y usaba unos anteojos de marco cuadrado que lo hacían parecer más gordo de lo que realmente era. Llevaba un maletín en la mano izquierda.
Sólo les faltaba el movimiento en cámara lenta, la iluminación a contraluz y la música a tono para pretender ser actores de una película de acción que se encaminan a enfrentar el peligro. Les sonreí levemente, confiada. Sus ojos iban de cada uno de nosotros tres a los otros dos, entre confundidos y sobresaltados de encontrar sólo a tres de nosotros. Si nosotros tres estábamos ahí, ¿dónde estaban todos los otros?
Se detuvieron a una distancia lo suficientemente cercana como para ser cortés, y lo suficientemente alejada como para ser segura. Me felicité internamente. Estaban asustados. Yo había ganado la primera ronda.
—Buenas noches Isabella, Sean, Edward —saludó el que marchaba por delante de los tres, mirando a cada uno de nosotros. Los otros dos cabecearon y murmuraron sus saludos.
—Buenas noches Reynold, Amelia, Gustav —saludé yo, cabeceando al primero, a la mujer y al calvo. Edward y Jackson sólo sonrieron y cabecearon.
Reynold, Amelia y Gustav se llevaron otro buen susto, lo supe sin necesidad de leer su mente. Nuevamente, su compostura flaqueó sólo durante un instante, suficiente para indicarme que no esperaban que yo los reconociera, menos todavía por sus nombres de pila. John era un regalo del Cielo en lo que a enfrentar a la CIA respecta.
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Swan, Bella Swan
FanfictionTras despertar del sueño de 16 horas posterior al regreso de Italia, Bella tiene muchas explicaciones que darle a Edward, empezando sobre por qué hay una pistola bajo el suelo de su habitación y por qué Charlie le inyectó una droga para despertarla...