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Maya.

Nueve años atrás.

-Acabo de salir de trabajar, ¿qué te parece salir a comer?- le pregunté a Marla, mi mejor amiga.

-Me apunto- dijo feliz- No tengo muchas ganas de volver a casa y tampoco de no hacer nada.

-Bien- dije entrelazando nuestros brazos- ¿A dónde te apetece ir?- comenzamos a andar y ella seguía hablando algo, pero un chico llamó mi atención, lloraba desconsoladamente agarrando a una niña de un año más o menos- Oye, ¿Me esperas un momento?- Ni siquera esperé su respuesta cuando ya estaba encaminándome hacia aquel chico- ¿Estás bien?

El chico se giró rápidamente limpiando sus lágrimas.

-Sí- dijo con la voz rota- No es nada.

-¿Y por eso lloras abrazado a una niña pequeña?

- Es que...- hizo una pausa dudoso- Mi mujer ha fallecido, dejándome solo con mi hija- volvió a romper en llanto y yo cubrí mi boca sorprendida.

-Lo siento- dije muy apenada.

-Gracias- dijo él de igual forma.

-No sé si confías en una chica de veintiún años que recién conoces, pero si necesitas ayuda puedo ayudarte.

-¿Cómo puedes ayudarme?- preguntó esperanzado- Tengo un trabajo en otra ciudad y he venido aquí para que la familia de mi recién fallecida esposa me ayudaran, pero no han querido.

-Yo puedo cuidar de ella, por cierto, me llamo Maya.

-David- respondió sonriendo- Y ella es Alexia, mi hija.

David y yo comenzamos a salir un año más tarde. Siempre es lo mismo. Viene una vez cada dos o tres meses y pasa apenas una hora con nosotras.

Un día, le comenté a David que Alexia apenas quería relacionarse con nadie, excepto conmigo, algo raro para una niña de tan sólo seis años. David preocupado tomó la decisión de llevar a Alexia a un especialista, revelando que tenía fobia social. También me contó que le tenía un poco de miedo por no pasar a penas tiempo con ella.

-¿Vamos a ir al bosque?- preguntó Alexia feliz.

-Claro que sí, tenemos que irnos ya si queremos que no se nos haga de noche, son cuatro largas horas de camino, pero no quiero que tu papá se entere, ¿si? Se pondría muy furioso- ella asintió repetidas veces.

Vivimos en pleno centro de la ciudad de Chicago, por lo que no hay muchos bosques que digamos. A Alexia le encantan los bosques y siempre ha querido conocer uno, por lo que hoy iremos a visitar uno.









-Alexia, creo que nos hemos perdido- dije frustrada a la vez que miraba el mapa.
Escuché la pequeña risita de ella.

-¿Y qué más da? ¡Estamos en un bosque!- chilló feliz.

-¿Y cuándo se nos haga de noche?- pregunté dudosa- Espera un segundo- volví a mirar el mapa- Esto es inteligible.

-¿Has escuchado eso?- preguntó tirando de mi camiseta.

-No, ¿qué has escuchado?- pregunté nerviosa. ¿Y si era un animal que quería atacarnos?

-¡Mira! ¡Allí!- gritó emocionada y seguí su mirada. Suspiré aliviada al ver que solo se trataba de un perro labrador de color negro. Espera... ¿Qué hace un perro en un bosque?- ¡Perrito!- chilló emocionada y el perro acudió como si la conociese de toda la vida.

Pinta un mundo para mí ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora