31. TRASTORNOS EN MI MENTE

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Revoloteé los ojos ante la falta de humedad en ellos. Mis labios estaban secos y sentía que mi piel se volvía rígida y tirante.

No sé cuanto tiempo había transcurrido en esta habitación que parecía un horno, pero tenía la sensación de que hubieran pasado meses.

No me pegaron y me ofrecían una comida al día. Este trato era más bien una tortura psicológica.

Y lo peor es que funcionaba.

Dejaba estragos en mi mente y mi estado físico. Deseaba salir, recibir la luz del sol y dejar de respirar y oler mi propio sudor.

Mi prisión era en completa oscuridad. Mi visión se acostumbró al negro paisaje, pero aún así las heridas que me había hecho no sabría sí eran graves. El suelo era rasposo, como tierra arenosa, el tacto de las paredes era de cemento y, recorriendola, era circular. Tenía una cadena en mi tobillo derecho. Busqué a tientas donde terminaba la cadena y al encontrarlo supuse que era en un barra de hierro aferrado fuertemente al suelo, en el centro. Lo confirmé cuando venían a traerme la comida, atisbos de luz se filtraban y podía ver lo que me rodeaba.

Me sentía como un sucio perro en su jaula.

Abracé mis piernas y oculté mi rostro en mis rodillas. Aguanté las ganas de llorar. Debía de aguantar un poco más, un poco más y Evans vendría a salvarme.

Por cierto tiempo llegaba a pensar que no lo haría. La última vez que hablé con él discutimos y no acabó muy bien. Estaría harto de mí, de tener que solucionar las cosas cuando me metía en líos.

Era mejor que me olvidara.

La temperatura se hizo insoportable. El sudor pegado a mi piel hacía que se me irritara y tuviera rozaduras y ampollas. Mi cuerpo quemaba y si se me rascaba, me abría las heridas y se me infectaban. El agua de una botella no era suficiente para calmarlo.

Sin embargo, me mantenía -como siempre- sarcástica con los guardias. El que me pegó tuvo la magnífica idea de ser quien hiciera las guardias nocturnas, y cuando él estaba, hacía que la temperatura aumentara.

Conclusión: era su turno.

-¿Cómo lo llevas?

Noté su voz sádica riéndose. Me hablaba a través de la puerta, por lo que no nos veíamos. Gateé hacia su estruendo sonido y me apoyé en lo que supe que era la puerta. Si me viera, se reiría más de lo lamentable que aparentaba, por lo que mi voz era la única que debía de mantenerse estable.

-Disfrutando de esta magnífica sauna... -La poca saliva que tenía la distribuí por mi boca.

-No te vas a dar por vencida, ¿eh?

-No te daré ese placer.

El demonio sonrió.

-¡He de decir que me gusta mucho esa actitud tuya...- hizo una pausa cambiando la voz a una que me dio escalofríos-...Pero me gustarías más que gritaras de desesperación.

Tardé en responder un rato y el demonio pareció satisfecho.

-¿Ya no ladras, niña?

-Prefiero no malgastar palabras en un inútil sádico como tú.

El golpe de un puñetazo se estrelló en la puerta y me alejé de esta. Por unos segundos pensé que con ese golpe la abría hecho añicos.

-¡Eso no me lo dices a la cara, puta!

-Esta puerta se interpone.

Da unos pasos hacia atrás y camina en círculos.

-Que pena que me hallas cabreado...ahora verás.

Cazadora vs AlfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora