MARATÓN 2/3
Las cosas cambiaron sin previo aviso, como suele suceder. Me había pasado la mañana haciendo recados, y esa noche me tocaba hacer, muy a mi pesar, de anfitriona con la familia de Bruno al completo. Padres, hijos con sus correspondientes esposos y esposas, sobrinos. Tenía en mente algo sencillo, pollo al horno, ensalada y panecillos recién hechos. Sandía y brownies de postre. Los brownies me iban a quitar la vida.
La receta parecía bastante simple. Se necesitaba un chocolate bueno, harina, huevos, azúcar y mantequilla. Tenía todos los utensilios para llevar a cabo el trabajo, como habría dicho Bruno totalmente serio. Podía decirse que hasta tenía la habilidad, aunque puede que no el talento. Sin embargo, por alguna razón todo me estaba saliendo mal. El microondas se negaba a derretir el chocolate sin quemarlo. La mantequilla me salpicó y me quemó la piel cuando, puesta sobre aviso gracias al desastre del chocolate, intenté derretirla sobre los quemadores. Un huevo me salió con un puntito rojo de sangre, el otro con una yema doble, lo que habría sido una deliciosa sorpresa si estuviera haciendo una tortilla, pero en ese momento sólo sirvió para desbaratarme la receta.
Un vistazo al reloj me dijo que el tiempo que había previsto para la preparación del postre se me había terminado y alargado demasiado. Como consecuencia me puse nerviosa. No me gusta hacer las cosas tarde. No me gusta que me pillen desprevenida. No me gusta que las cosas no estén perfectas.
Había abierto todas las ventanas y encendido los ventiladores de techo, porque prefería la brisa al ruido y el frío estéril de nuestro achacoso sistema de aire acondicionado. La cocina olía bien, a marinado, grasa derretida y pan recién hecho, pero hacía calor. Tenía manchas de chocolate en mi camisa blanca y la parte delantera de mi falda vaquera. Mi pelo, alborotado en el mejor de los casos, presentaba un estado caótico y me caía en mechones ensortijados hasta debajo de los hombros. El sudor me corría por la espalda.
Se me había olvidado comprar aliño para la ensalada, pero ya no me daba tiempo. Tendría que prepararlo yo misma. Tampoco tenía tiempo para el baño que había planeado como recompensa a tener que dar de cenar a toda aquella gente. No lo sentía tanto por el hecho de que tenía que depilarme las piernas como por la media hora de descanso y silencio rodeada del aroma de la lavanda. Con un poco de suerte podría darme una ducha rápida, aunque, tal y como iban las cosas, tendría que conformarme con lavarme por encima y darme con un canto en los dientes. Concentración. Los brownies. Sólo me quedaba un paquete de chocolate. Si volvía a liarla, tendríamos que comer galletas rancias de bolsa de postre. Deje el paquete de chocolate sobre la encimera y vertí la mantequilla del cazo doble para el baño maría al recipiente de mezclar los ingredientes. Paso a paso. Le di vueltas con cuidado. Releí las instrucciones. Levanté para mezclar bien los huevos con la mantequilla derretida, tal como mostraba el libro.
—Hola, Mica.
La cuchara cayó al suelo con un tintineo y la mantequilla templada salió disparada en todas direcciones. El corazón se me paró, la respiración se me paró, hasta la mente se me paró durante un momento de horror. Recobré el movimiento a trompicones como cuando das a la pausa y después al movimiento acelerado hacia delante durante una película.
Había gritado. Qué vergüenza. Me di la vuelta, dejando sobre la encimera el recipiente al que me había abrazado como si me fuera la vida en ello.
La primera vez que vi a Pablo Rodríguez fue acompañada del martilleo de mi corazón acelerado que retumbaba en mis oídos y mi garganta. Paio estaba de pie en la puerta de la cocina, con una mano en el marco lo bastante alto como para que tuviera que estirar su esbelto cuerpo. Se inclinó ligeramente hacia delante, guardando el equilibrio de su cuerpo mientras doblaba la otra pierna como si lo hubiera pillado en el momento de subir un escalón. Caí en la cuenta de sus vaqueros desgastados y un poco caídos que se sujetaba a las caderas con un cinturón de cuero negro. Y en la camiseta blanca. Una estética muy a lo James Dean, aunque en vez de cazadora de algodón de color rojo, la suya era de cuero negro y la sujetaba en el hueco que se formaba entre la mano metida en el bolsillo delantero y su costado.
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Tentación
FanfictionSoy Micaela, tengo todo lo que una mujer podría desear. Mi marido, Bruno Sainz Micheli. Una casa en el lago. Mi vida. Nuestra vida perfecta. Y de repente Pablo Rodríguez vino a hacernos una visita... La primera vez que vi al mejor amigo de mi marido...