Capítulo 27

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Bruno no se acordó de preguntarme qué tal me había ido en el médico hasta bastante después.

—Bien —respondí yo acercándome un poco más al espejo para aplicarme la máscara de pestañas— Me dijo que es bueno que haya disminuido el dolor. La intervención funcionó.

Él se había afeitado y olía a la loción de romero y lavanda que se había puesto en la cara.

— ¿Y qué te ha dicho de las posibilidades de que te quedes embarazada?

—Dijo que podíamos intentarlo en cualquier momento —respondí yo sin pestañear

Él sonrió de oreja a oreja. —Estupendo.

Tapé el tubo plateado, lo guardé en mi bolsa de las pinturas y me volví hacia él.

—No creo que éste sea el mejor momento para intentar quedarme embarazada, Bru. Piénsalo bien.

Se quedó inmóvil a mitad de camino de meterse el cepillo en la boca.

—Si no follas con él, no veo el problema.

Me crucé de brazos. —No puedo creer que me estés diciendo esto. Nos hemos acostado los tres juntos dos veces. ¿Qué te hace pensar que un día hagamos algo más que chuparnos y hacernos pajas?

—Tú... no lo hagas y ya está —dijo mi esposo, encogiéndose de hombros, como si no tuviera importancia. Como si ver a tu mujer meterse en la boca la polla de otro hombre no estuviera mal pero en el coño sí.

En algún lugar de nuestra casa, Paio nos esperaba para ir a cenar. En algún lugar entre nosotros, pese a no encontrarse en la habitación. Fruncí el ceño, pero Bruno parecía impasible.

—Me parece que no eres consecuente —le dije. Él me acarició suavemente la mejilla y se puso a lavarse los dientes.

—Paio lo comprende —dijo con la boca llena de pasta.

Tardé un par de segundos en procesar la información. —Explícate.

Bruno escupió, se enjuagó y dejó el cepillo en su repisa, tras lo cual se giró y me sujetó de los brazos.

—No tiene ningún problema con ello. Sabe que tal vez queramos tener hijos. No le importa no follarte.

— ¿Hablaron de esto? —Pregunté con gran esfuerzo, porque las palabras se me habían quedado atascadas en la garganta— ¿Sin mí?

No le quedaba bien la cara de picardía. —No es para tanto, Micaela.

Yo me zafé de sus manos. —Sí que lo es. ¿Cómo se atrevieron a hablar de algo así sin que esté presente? ¿Qué estaban haciendo? ¿Negociar?

Algo que no podría describir como culpa exactamente le cruzó el rostro.

—Nena, no te pongas así.

— ¿Qué hicieron? ¿Habéis impuesto algunas normas?

Bruno desvió la mirada. —Algo así, sí.

Sentí que me ponía pálida. — ¿Qué normas?

—Oh, vamos, nena...

Aparté la mano que intentaba ponerme encima.

— ¿Qué normas?

Él se apoyó en la encimera del cuarto de baño con un suspiro.

—Sólo que... no puede follarte. Eso es todo. Todo lo demás está permitido si tú quieres.

Me puse a recorrer la habitación de arriba abajo mientras ponderaba la cuestión.

Habían estado hablando a mis espaldas. Habían hablado de mí.

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