Capítulo 45

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Era la primera vez que entraba en el hotel Breakers. Nunca me había hecho falta quedarme en el hotel más antiguo del parque, aunque había pasado muchas veces por delante de su grandiosa fachada de color blanco cuando pascaba por la playa.

Poseía una elegancia de otros tiempos, con su hermosa rotonda abierta y su acceso a la playa. Era un hotel con historia. El parque seguía abierto los fines de semana, y fuera, el ruido de las atracciones y los gritos de los visitantes que subían a la montaña rusa llenaban el frío aire de otoño, pero dentro el hotel estaba muy tranquilo. Sereno.

Paio abrió la puerta a mi primer toque. No podía estar esperándome, pero tampoco pareció sorprendido de verme. No se apartó de inmediato para dejarme entrar. Al final se apartó con un suspiro reticente, tal vez con intención de hacer que me sintiera culpable, pero no lo logró.

El sonido de la puerta al cerrarse detrás de mí me resultó atronador e irreversible. Si había alguna posibilidad de que fuera a marcharme, se esfumó con el clic del pestillo. Tuve que cerrar los ojos un momento. Inspiré profundamente una vez. Cuando los abrí, Paio seguía allí. Casi me daba miedo que sólo lo hubiera soñado.

— ¿Sabe Bruni que estás aquí?

—Sí.

— ¿De verdad? —no debía de esperar una respuesta afirmativa.

Paio se pasó una mano por el pelo hacia atrás y la ahuecó contra la nuca.

Llevaba una camisa rosa, abierta, y esos vaqueros que yo tan bien conocía. Iba descalzo. Me daban ganas de ponerme de rodillas y besarle todos los dedos. No me moví, sin embargo.

—Joder —masculló él, sin mirarme.

—Exacto.

Aquello hizo que levantara la vista rápidamente, con ojos de zorro. Se quitó la mano del cuello y la dejó caer a lo largo del costado, como si quisiera agarrar algo, pero no supiera qué. Entreabrió los labios, pero no dijo nada. Se limitó a mirarme con aquellos ojos grises.

—Necesito saber algo, Paio —mis dedos empezaron a desabrochar los botones de mi camisa, uno a uno— ¿Tú quieres follarme?

Él no dijo nada, ni siquiera cuando me quité la camisa y la tiré al suelo.

Tampoco cuando me bajé la cremallera de mi falda vaquera larga y la deslicé por mis caderas. Me quedé delante de él en bragas y sujetador, para nada la lencería provocativa que se esperaría de una mujer que pretende seducir a un hombre, sino un conjunto de sencillo y cómodo algodón.

Su mirada me quemaba en la piel, pero no retrocedí. Abrí los brazos.

— ¿Quieres?

Él me agarró con brusquedad y dureza, algo que había esperado pero que no por eso evitó que emitiera un grito ahogado de sorpresa.

— ¿Es a eso a lo que has venido?

No traté de zafarme, aunque me estaba clavando los dedos en la parte superior de los brazos.

—Sí.

Me acercó a sí. No había olvidado lo que era estar en sus brazos. Todo él encajaba perfectamente en mí, a la perfección.

—Bruni es mi mejor amigo —me susurró al oído.

Puede que tuviera remordimientos de conciencia, pero su pene no tenía tantos escrúpulos. Me estaba apretando a través de la tela vaquera. Me acordaba de lo que era tenerlo en mis manos y pegado a mi cuerpo o dentro de mi boca. Me estremecí al recordarlo.

—Es mi marido —le susurré yo.

Le había crecido un poco el pelo, ahora le cubría las orejas y me hacía cosquillas al rozarme. Nos quedamos así un rato, con la respiración entrecortada, mejilla contra mejilla. Aflojó la presión sobre mis brazos y me soltó. Yo no me aparté.

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